Ocurrió aproximadamente a las once y media de la noche del martes 23 de julio de 1990. A esa hora regresé a casa y escuché los mensajes en el contestador. Tengo la costumbre, cada vez que entrevisto a un testigo, de dejarle mi número de teléfono con el fin de que me llame inmediatamente en caso de volver a protagonizar un fenómeno extraño. Siempre mantuve la esperanza de poder «cazar» uno de esos ovnis en tiempo real.
Esa noche, los mensajes del contestador eran de tres personas diferentes y sin relación entre ellas. Uno tras otro describían una circunstancia idéntica, algo estaba ocurriendo en los cielos gallegos.
Las voces excitadas de varias personas, como Isabel B., coincidían en lo mismo: «Las estoy viendo ahora, Manuel. Son ocho luces girando en el cielo y en el centro hay una nave oscura que está lanzando un chorro de luz hacia el suelo…».
Apenas me tomé un minuto para hacer un par de llamadas, coger la bolsa de las cámaras y salir disparado. Los mensajes del contestador me decían que un espectacular ovni estaba exhibiéndose a la altura del puerto de A Coruña en ese mismo instante.
En el centro de control del aeropuerto de Alvedro me habían confirmado que ellos también habían recibido varias denuncias de ovnis esa noche, aunque no tenían registrado ningún tráfico aéreo sobre A Coruña.
En el Observatorio Meteorológico Provincial me notificaban que todavía no habían lanzado el globo sonda de esa noche, y en la redacción de La Voz de Galicia aseguraban que también habían recibido llamadas de otros observadores del fenómeno, y que habían enviado a un equipo de fotógrafos a la zona. Yo salí hacia allí también a toda velocidad… Y lo vi.
Los responsables del macroavistamiento ovni del 23 de julio resultaron ser los potentes focos Sky Tracker que acompañaban la exposición sobre el V Centenario emplazada en el puerto coruñés.
Los focos lanzaban ocho poderosos haces de luz hacia el cielo, cubierto por una capa baja de nubes que reflejaba y ampliaba el impresionante espectáculo, visible desde muchos kilómetros dentro y fuera de la ciudad.
Los focos del Tracker giraban sobre sí mismos, reuniéndose una vez en cada vuelta, justamente en el centro. Este era el haz de luz que había sido interpretado por una de las testigos como «un chorro de luz que la nave enviaba al suelo».
A pesar de la indiscutible evidencia, María C., una de las testigos, se negaba a aceptar la explicación de este espectacular, pero identificado, fenómeno.
Para ella, esas luces eran las de una gran nave alienígena. Y a partir de aquella noche, María se introdujo en el mundo de los contactados, e incluso cree haber recibido intuiciones y «mensajes telepáticos» de los tripulantes de la nave. Su vida también cambió desde aquella noche.10
Recuerdo, como mera anécdota, que otro de los testigos del «ovni», hombre de profundas creencias religiosas, llegó a sentenciar: «Son las señales en el cielo que predicen el Apocalipsis». Supongo que a veces resulta difícil asumir que todos nos equivocamos.
La moraleja que extraemos de ambos casos es que una experiencia inusual puede resultar ciertamente trascendente para cualquier persona. Pero la subjetiva repercusión emocional que esa vivencia tiene en la psique no garantiza que el origen de esta sea trascendente; ni siquiera paranormal.
Y es que, con frecuencia, la intrínseca carga emocional que acompaña a toda experiencia paranormal puede enturbiar el sentido común del testigo. Los sentimientos, como siempre, pueden turbar la razón. Y eso, en el mundo esotérico, puede encerrar terribles riesgos.