La muerte de Javier ilustra hasta qué punto las creencias pueden ser peligrosas para nuestra salud. Y no solo nuestras creencias, sino las de nuestros familiares.
El caso Javier M. es una anomalía. La Iglesia católica, al menos hasta principios del siglo XXI, fue muy cauta y prudente a la hora de autorizar exorcismos. Aunque este caso podría demostrar que existen exorcismos católicos no autorizados por el arzobispado pertinente.
Sin embargo, con la llegada del nuevo siglo, y sobre todo con las oleadas de inmigración a Europa, todo cambió. La Iglesia católica comenzó a autorizar a sacerdotes de diferentes parroquias, como el padre Fortea, realizar exorcismos siempre que lo considerasen oportuno.
Los exorcistas católicos utilizaban como manual de exorcismo el Ritual romano, editado en 1614. En 1998 Juan Pablo II publicó un nuevo ritual de exorcismos, traducido al español en 2003. Además, la Iglesia católica comenzó a organizar congresos en el Vaticano sobre la figura del demonio. Se constituyó una organización mundial de exorcistas católicos, crearon su propia revista especializada e incluso un teléfono de ayuda al poseído…
Oficialmente, la influencia del diablo se había extendido por el mundo como nunca antes. Pero en mi opinión las familias que llegaban a Europa desde América Latina, África o Asia, acostumbradas a un cristianismo más fenomenológico —es decir, evangélico— terminaron por poner a los párrocos entre la espada y la pared. «Padre, yo creo que mi hija está poseída, y si usted no hace el exorcismo me iré a la primera iglesia evangélica que vea, porque ahí sí me lo van a hacer…» Así de simple y oportunista.
A diferencia de la Iglesia católica, las Iglesias protestantes son muy dadas a expulsar demonios y realizar exorcismos. De hecho, existen telepredicadores que se han profesionalizado en la lucha contra el maligno y que viajan por todo el mundo con sus carpas desmontables para expulsar demonios. No importa que la supuesta posesión afecte a adultos o a menores de edad. Siempre hay un exorcista dispuesto a arrancarlo de su cuerpo, aunque con ello traumatice para siempre su mente.
