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miércoles, 6 de noviembre de 2019

LA TEORIA AEROSTÁTICA



Soy consciente de que la teoría que voy a exponer, por primera vez, probablemente será considerada absurda e indemostrable, tanto por creyentes en los «dioses» extraterrestres como por detractores de dicha creencia. Es mi destino. Sin embargo, después de muchos años de recopilar misterios por todo el mundo, es la única alternativa razonable que se me ha ocurrido para explicar muchos de los enigmas que todavía se mantienen en mi lista de misterios pendientes, y otros que iría añadiendo durante el resto de mi viaje. 

El 1 de julio de 2004 el servicio de prensa de Unesco emitía un comunicado rutinario en el que figuraban trece nuevos lugares candidatos al honroso calificativo de «patrimonio de la humanidad». El último epígrafe de ese listado era el siguiente:

- India:

Los grandes templos cholas (ampliación del sitio del templo Brihadisvara de Thanjavur, inscrito en 1987). Estos templos fueron construidos por los reyes del Imperio Chola que abarcó toda la parte meridional de la actual India y las islas adyacentes. El sitio comprende ahora tres grandes santuarios cholas de los siglos XI y XII: los dos templos Brihadisvara de Thanjavur y Gangaikondacholisvaram, y el templo Airavatesvara, edificado en Darasuram.

El templo Brihadisvara de Gangaikondacholisvaram es un complejo arquitectónico edificado por iniciativa de Rajendra I que fue terminado el año 1035. Las esquinas de su vimana, que alcanza cincuenta y tres metros de altura, están rebajadas, gracias a lo cual el edificio cobra un movimiento ascensional ondulante que contrasta con las líneas rectas y austeras de la torre del templo de Thanjavur. Posee además seis pares de estatuas monolíticas de dvarapalas, que desempeñan las funciones de guardianes del recinto sagrado, así como objetos de bronce de excepcional belleza en su interior.

El complejo arquitectónico del templo Airavatesvara fue construido por el rey Rajaraja II en Darasuram y posee un vimana de veinticuatro metros de altura, así como una escultura en piedra de Shiva. Los tres templos constituyen un testimonio de los brillantes logros de la civilización chola en los campos de la arquitectura, la escultura, la pintura y el arte de trabajar el bronce. 

Si yo sacase de contexto una cita de este comunicado oficial de Unesco, podría afirmar, sin faltar a la verdad, o casi, que la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura había mencionado en un comunicado oficial el mito hindú, especificando ciertas características de uno de ellos: «Las esquinas de su vimana, que alcanza cincuenta y tres metros de altura, están rebajadas, gracias a lo cual el edificio cobra un movimiento ascensional ondulante...». Un «movimiento ascensional ondulante» en un vimana «que alcanza cincuenta y tres metros de altura».

Esto no me lo invento yo. Está impreso en un documento oficial de Unesco de 2004. Y si extrayendo frases fuera de su contexto, en un documento oficial de este último siglo, podemos crear tal ambigüedad, ¿qué pensar de párrafos extraídos de documentos milenarios, que a su vez recogen leyendas que fueron relatos orales durante siglos? Los ejemplos enumerados antes hablan por sí mismos. Está claro que los vimanas de los que habla el comunicado de Unesco no son naves espaciales, sino las torres piramidales de los templos cholas.

Y sin embargo, pese a todo, estoy dispuesto a aceptar que sí existieron unas naves aéreas, descritas en los textos védicos, pilotadas por hombres que parecían dioses... Y tampoco necesito renegar del género humano para ello.

Confieso que algunas descripciones sobre la tecnología de las supuestas aeronaves descritas en los Vedas me resultaban familiares. Cuando preparaba mi libro Los expedientes secretos: El Cesid y el control de las creencias y los fenómenos inexplicados (Planeta, 2001), me vi llevado por la investigación hasta un club de paracaidismo donde debía convivir durante varios meses con funcionarios del servicio secreto español y otros servicios de información internacionales, con objeto de obtener datos sobre cómo se utilizan las supersticiones y las creencias religiosas en el mundo del espionaje. Son las llamadas «operaciones psicológicas». Aprendí a familiarizarme con mi paracaídas. En ello me iba la vida en cada salto, pero también con todo tipo de deportes aéreos. Al fin y al cabo la licencia, FENDA, de todos los deportistas aéreos es la misma: paracaidismo, parapente, vuelo sin motor... aerostatos.

Todos coincidíamos en los festivales aéreos. Así que, cuando creí reconocer en algunas descripciones védicas de los vimanas las tres partes de un globo aerostático: envoltura, barquilla y quemadores, lo atribuí a la influencia del paraclub. Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más claro lo veía:

«Debe haber cuatro depósitos de mercurio en su interior. Cuando son calentados por medio de un fuego controlado, el vimana desarrolla un poder de trueno por medio del mercurio. Si este motor de hierro, con uniones adecuadamente soldadas, es llenado de mercurio y el fuego se dirige hacia la parte superior, desarrolla una gran potencia, con el rugido de un león, e inmediatamente se convierte en una perla en el cielo...». 

Si esto no son los quemadores de un aerostato, que baje Shiva y lo vea. Ya lo dijo Arthur C. Clarke, el autor de 2001:

«Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». 

Lo mismo podría decirse de alusiones a globos, aire caliente, ascenso y descenso de la nave y un largo etcétera. De hecho, invito a cualquier lector objetivo a volver a leer las crónicas de los vimana, imaginando que lo que describe el hagiógrafo es algún tipo de aerostato que desató la imaginación de sus contemporáneos hace miles de años. Se sorprenderá:

«Se debe el cuerpo del vimana hacer como un gran pájaro del vuelo de material ligero. Dentro de uno debe poner el motor del mercurio con su aparato de calefacción del hierro debajo. Por medio de la energía latente en el mercurio que fija el torbellino que conduce en el movimiento, un interior que se sienta del hombre puede viajar una gran distancia en el cielo. Los movimientos del vimana son tales que puede ascender verticalmente, descender verticalmente. La inclinación del movimiento remite y al revés. Con la ayuda de las máquinas los seres humanos pueden volar en el aire y los seres divinos pueden venir abajo y conectar a tierra...». 

Es un texto védico. Aun así, consciente de mis propios argumentos sobre la fragilidad de los textos religiosos como descripción de sucesos reales, continué mostrando dudas ante mis propios pensamientos. Hasta que, documentándome para un informe pericial sobre el fenómeno de las sectas, me encontré con las obras de «Su Divina Gracia» Bhaktivedanta Swami Prabhupada, el introductor de las escuelas vaisnavas en Occidente.

Prabhupada nació en Calcuta en 1896 y se educó en la más estricta observancia del hinduismo. En 1922 encontró a su maestro espiritual, Srila Bhaktisiddhanta Sarasvati Gosvami, uno de los eruditos más destacados de la época, fundador del Gaudiya Matha, un instituto védico con ochenta y cuatro centros en toda la India. A Srila Bhaktisiddhanta le agradó este educado joven y lo convenció para que dedicara su vida a la enseñanza del conocimiento védico.

Prabhupada se hizo su seguidor y once años después, en Allahabad, se convirtió en su discípulo formalmente iniciado. Durante veinte años Prabhupada se consagró al estudio de los Vedas, y a mediados de los cincuenta escribió su libro Viaje fácil a otros planetas, un libro de teología hindú, no de extraterrestres, poco antes de partir hacia Occidente. Prabhupada llegó a EE.UU. en 1965 y allí instauró la primera delegación occidental de la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krisna. Sus miembros son más conocidos como los Hare Krisna.

Los Hare Krisna, o más bien el carisma de Prabhupada, consiguieron seducir a los Beatles, y el apoyo que los chicos de Liverpool dieron al santón proyectó internacionalmente las escuelas vaisnavas. El libro Viaje fácil a otros planetas fue traducido a numerosos idiomas, y tras él llegaron las traducciones de otros libros vedas, principalmente el Bhagavad-Gita, eje fundamental de la teología de Prabhupada. Aunque una conversación entre la divinidad y su primo Arjuna, a bordo de un carro de combate, antes de una encarnizada batalla (la de Kuruksetra), a mí no me parece la mejor forma imaginar a Dios impartiendo moral. Mi dios detesta tanto como yo las batallas y los carros de combate.

Aquellas ediciones lujosas, caras y a todo color que los Hare Krisna hicieron de los libros vedas incluían espectaculares ilustraciones; entre ellas, infinidad de imágenes de los vimanas. El problema llegó cuando, a través de compañeros pilotos del paraclub, grandes apasionados de la ciencia del vuelo en todas sus facetas, llegaron a mis manos algunos libros sobre la historia de la aeronáutica, incluyendo el vuelo aerostático. Todos los aficionados al deporte aéreo saben que, por ejemplo, las modernas alas delta del vuelo sin motor fueron ya diseñadas hace cinco siglos por Leonardo Da Vinci, pero hay mucho que eso.

En noviembre de 1782 un fabricante de papel de Aviñón (Francia) observó cómo el humo de su chimenea elevaba partículas en el aire, fenómeno que atribuyó al aire eléctrico que también «sostenía las nubes», tema de actualidad en su época. Pero dejándose llevar por la curiosidad científica construyó una bolsa de papel de poco menos de un metro cúbico, la cual al llenarse de aire caliente se elevó hasta el techo de la habitación donde hacía su experimento. Compartió el descubrimiento con su hermano, y el 4 de junio de 1783 Joseph y Jacques Montgolfier construyeron un globo hecho de lino y forrado de papel con once metros de diámetro, que situado sobre un fuego que calentaba el aire podía elevarse como consecuencia de la fuerza ejercida por el propio aire de abajo hacia arriba.

Dos meses más tarde un físico francés, Alexandre Cesar Charles, construyó y logró volar un verdadero globo aerostático; es decir, un globo lleno de un gas de menor densidad que el aire: el hidrógeno. Como este gas podía escapar fácilmente a través del forro del papel, el globo se construyó con una tela fina de seda recubierta de goma. El hidrógeno se obtuvo por la acción del ácido sulfúrico sobre limaduras de hierro (doscientos veintiséis kilogramos de ácido y cuatrocientos cuarenta y cinco de hierro). Esto ocurrió el día 27 de agosto, y se logró volar durante cuarenta y cinco minutos, aterrizando a veinticuatro kilómetros de distancia, donde los lugareños aterrorizados lo destruyeron. Quizá no era la primera vez en la historia que unos campesinos se sentían aterrorizados ante el descenso del cielo de una nave similar...

Tres semanas después, el ensayo de los hermanos Montgolfier fue repetido en Versalles ante Luis XVI y su corte, donde el globo fue equipado con una cesta que llevaba dentro una oveja, un gallo y un pato. Este globo apareció pintado al óleo y había sido llenado con aire caliente. En este vuelo los primeros pasajeros resultaron ilesos. Y el éxito fue incluso plasmado por el mismísimo Francisco de Goya en un lienzo llamado precisamente El Montgolfier, que realizó años después, tras la visita de los hermanos a la corte española. 

Más tarde, en la histórica fecha del 21 de noviembre de 1783, dos audaces pilotos franceses, Jean Frangois Pilátre de Rozier y Frangois Laurente d'Arlandes, serían, siempre según la historia oficial de la aeronáutica aerostática, los primeros en volar en un globo, diseñado naturalmente por los hermanos Montgolfier. La aeronave tenía una cesta de mimbre provista de un pequeño quemador (horno con leña) que mantenía el aire caliente en el interior del globo. La hazaña duro apenas 25 minutos en que los aventureros sobrevolaron los cielos de París, recorriendo unos ocho kilómetros, y aterrizando con éxito cerca del camino a Fontainebleau. Hasta aquí la historia que se enseña a los alumnos de cualquier escuela de pilotos. Sin embargo es sabido que, antes de los Montgolfier, otros observadores se habían percatado de que el aire caliente sirve para volar y habían llegado a construir globos aerostáticos. Y así constaba en algunos libros de mis compañeros del paraclub, los textos de rarezas de la historia de la aviación.

José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998, publicó en 1982 Memorial de un convento. La novela está ambientada en el Portugal de inicios del siglo XVIII. Uno de los personajes secundarios de la trama es el jesuita Bartolomeu Lourengo de Gusmáo, que está empeñado en construir una máquina voladora. Lo que muchos lectores de Saramago ignoran, pero conocen los archivos secretos vaticanos, es que el padre Bartolomeu es un personaje real y su máquina voló antes que la de los hermanos Montgolfier, y sin ayuda divina.

Bartolomeu Lourengo de Gusmáo nació en Santos (Brasil) en diciembre de 1685, y siempre destacó por su inteligencia y su brutal memoria. Era capaz de recitar de corrido todos los versos de los poetas Virgilio, Horacio y Ovidio, así como varios libros de la Biblia. A los quince años viajó a Portugal para estudiar teología y derecho eclesiástico en Coimbra, donde se ordenaría sacerdote de la Compañía de Jesús. Jesuita tenía que ser. En 1701 se mudó a Lisboa, donde estudió matemáticas y física mecánica, destacando como teólogo y recibiendo del rey don Juan V de Portugal el cargo de capellán de la Casa Real.

Pasó esos años estudiando y realizando pequeños inventos de física y mecánica aplicada, y el 5 de agosto de 1709 presentó en público, y ante el rey, el mejor de todos: el Passarola, un globo de aire caliente, con forma de pirámide, como los vimanas, y con un pequeño armazón que sustentaba un fuego en la parte baja del mismo con objeto de calentar el aire. Bartolomeu había observado el mismo fenómeno de las partículas flotando sobre el aire caliente que vio Montgolfier, pero más de setenta años antes. Y en base a esa observación construyó un aerostato a escala. El aparato de Bartolomeu, según los testigos que presenciaron la exhibición, ascendió unos cuatro metros y medio antes de llegar al techo de la sala y quemarse. El experimento le ganó el sobrenombre del «Padre Volador».

No deja de ser caprichoso el guiño del destino, porque la primera prueba aerostática del padre Bartolomeu se hizo en el patio de la Embajada de la India, el castillo de San Jorge en Lisboa. Por desgracia, poca documentación y diseños del Padre Volador sobrevivieron al terremoto de 1755. Empero, todo sugiere que continuó sus experimentos y se convirtió en el primer hombre que voló en globo... ¿O no fue el primero?

Bartolomeu podría haber considerado el padre de la aeronáutica si hubiese tenido apoyo para continuar sus experimentos, pero, en lugar de eso, fue acusado por el Santo Oficio de simpatizar con los cristianos nuevos. Perseguido por la Inquisición, se vio obligado a marcharse a España para finalmente morir en un hospital de Toledo, olvidado en los anales de la aviación. Afortunadamente en la plaza Rui Barbosa de su ciudad natal se le recuerda con un aparatoso monumento a «el Padre Volador».

Por supuesto, antes de Bartolomeu otros científicos y pendores soñaron distintas formas de volar, y algunos no sólo lo soñaron. Son mundialmente conocidos los diseños de Leonardo Da Vinci. Diferentes tipos de naves aéreas, alas delta, campanas de aire, etc. Ignoramos si llegó a experimentar con algún prototipo. Lo que sabemos es que no fue el único, ni el primero, en especular con diferentes formas de volar. En 1638, por ejemplo, John Wilkins, obispo de Chester, sugiere algunas ideas sobre posibles futuros vuelos en su libro Descubrimiento de un mundo en la Luna.

Pero casi cuarenta años antes, el audaz Hazarfen Selebi saltó desde una torre en Gálata con una especie de ala rígida y consiguió volar algunos metros antes de aterrizar. Tres siglos antes, en 1300, Marco Polo ya había descrito enormes cometas utilizadas por los chinos, capaces de transportar por el aire a los soldados del emperador. Eran las primeras alas delta y los primeros parapentes de la historia. ¿O no? La idea no es monopolio chino. Hacia 1250 el filósofo y científico inglés Roger Bacon escribe la primera descripción técnica conocida sobre el vuelo, describiendo un «ornitóptero» en su libro Secretos del arte y la naturaleza. Un «ornitóptero» es un aerodino que obtiene su fuerza sustentadora del movimiento batiendo sus alas de forma análoga a como lo hacen las aves y de ahí su nombre, que en griego querría decir «con forma de pájaro». Da Vinci también diseñó alguno. En la actualidad no es difícil encontrar juguetes que vuelan basándose en este principio, impulsados por la energía acumulada en unas gomas elásticas y construidos en ligeros plásticos y maderas. Una energía y unos materiales livianos que permiten solventar el problema del vuelo del ornitóptero sin más pretensiones que la del entretenimiento. Pero el principio físico para construir naves voladoras es el mismo. Constan también los intentos realizados en la Constantinopla de 1162 de volar utilizando alas similares con fatales desenlaces para los pilotos. Algo que en 1010 ya intentaba el monje Eilmer of Mahnesbury, en su abadía británica, con mejor fortuna.

Y mucho antes incluso, en 885, un científico árabe, perteneciente a la célebre escuela de pensadores de Al-Andalus, ideó un sistema similar de vuelo sin motor, un planeador. Se trataba del famoso Abbas Ibn Firnas, otro de esos genios del pasado olvidados por la AAS, como Imhotep o Herón de Alejandría, a quien se considera inventor del cristal, y el primero en hacer mención en Occidente de la brújula y de las tablas astronómicas de origen hindú, llamadas sinhidh.

Cualquier especulación sobre si fueron sus contactos con la cultura hindú los que le inspiraron su técnica de vuelo es gratuita. Es verdad. Pero siempre será más razonable que la idea de aeronaves espaciales de origen no humano. Lo mismo puede decirse de la crónica del romano Aulas Gellius, también en el siglo I y en el contexto de los sabios de Alejandría.

En su obra Las noches áticas escribe:

«Existió un prodigio, realizado por Archytas, filósofo pitagórico, que es realmente asombroso y que creo perfectamente verídico. Los autores griegos más ilustres —entre ellos, el filósofo Favorito— han referido como indudablemente cierta la historia de que una paloma construida por Archytas voló con auxilio de la mecánica. Sin duda se sostenía por el equilibrio, y el aire que encerraba secretamente hacía que se moviera. Sobre este asunto tan sorprendente citaré las palabras de Favorito: "Archytas de Tarento, a la vez filósofo y mecánico, construyó una paloma de madera que volaba. Pero en cuanto paraba, ya no volaba más; el mecanismo se detenía aquí"».

¿Una combinación de aerodino y aerostato? Tiene toda la pinta.

¿Cuándo empezó el hombre a soñar con la posibilidad de volar? Siempre. ¿Cuándo pudo hacerlo? En cualquier momento de la historia. Artefactos como el aerostato de Bartolomeu o el «ornitóptero» de Bacon no necesitan ningún tipo de tecnología sofisticada. No requieren motores, piezas mecánicas, plásticos, combustibles químicos ni ningún otro elemento contemporáneo. Lo único que habría hecho falta es que, en algún momento de la historia, un intelecto observador, como el de Bartolomeu o Bacon, como el de Imhotep o Herón, como el de Da Vmci o Arquímedes, se hubiese fijado en cómo las partículas de hojas, leña, etc., son elevadas por el efecto del aire caliente en una hoguera. ¿Es tan disparatado pensar que un solo científico hindú, de los mismos que construyeron la sofisticada civilización del Indo o los mismos que crearon las modernísimas urbes de Mohenjo Daro, se hubiese fijado en ese fenómeno físico? Yo creo que no.

Imaginemos, sólo por un segundo, que yo tengo razón. Que hace dos o tres mil años existió un ser humano tan observador y curioso como Bartolomeu Lourengo que se dio cuenta de que un globo o una bolsa de papel colocada sobre un foco de calor podía volar. Supongamos que construyó un prototipo, y que su emperador, más lúcido que los reyes que vieron la máquina de vapor de Herón de Alejandría o el aerostato de Bartolomeu, se dio cuenta de que aquel artefacto era algo más que un juego para su entretenimiento. O no. Pensemos que se construyeron algunos de aquellos globos, y que fueron vistos por los campesinos hindúes que contemplarían cómo enormes vimanas, es decir, artefactos similares a las torres piramidales de los templos o las salas donde se conservan las estatuas de los dioses, descendían del cielo tripuladas por unos hombres que, sin duda, no podían ser mortales... Si los campesinos franceses que vieron el aerostato de Alexandre Cesar Charles en 1783 creyeron estar ante una criatura diabólica, ¿qué pensarían los campesinos hindúes del valle del Indo de presenciar algo similar miles de años antes?

Lo que aquellos testigos describirían a sus hijos, y éstos a sus nietos, y ellos a sus descendientes, enriqueciendo el rumor de las naves de los dioses en cada generación, no sería un simple aerostato de aire caliente, sino la gloriosa manifestación de la divinidad que desciende del espacio. Las hipérboles espirituales de la mitología hindú se ocuparían de hacer el resto durante mil años de rumores de tradición oral antes de llegar a las páginas de los Vedas. Tal vez eso explicaría por qué los diseños del aerostato de Bartolomeu, que me encontré en los libros de mis compañeros del paraclub, son sospechosamente similares a los dibujos de los vimanas que Prabhupada trajo a Occidente en su edición de los Vedas y las «palomas mecánicas» de Archytas. 

¿Casualidad? Improbable. Sobre todo cuando, durante mi viaje alrededor del mundo, me he continuado encontrando, una y otra vez, «causalidades» similares y hasta evidencias experimentales que demuestran la más que probable construcción de globos aerostáticos, en culturas antiguas como la de los nazca de Perú.

Entre el 17 de noviembre y mediados de diciembre de 1896, y entre el 22 de enero y mayo de 1897, miles de norteamericanos describieron unas extrañas «naves aéreas en los cielos». Hasta los más escépticos asumen que muy probablemente se trataba de aerostatos de origen no precisado. Y las conjeturas, teorías e hipótesis, a cual más disparatada, todavía pueblan los libros y revistas ufológicas.

Imaginemos qué ocurriría si esos aerostatos hubiesen sido fabricados siglos antes. No soy el único que se ha percatado de que la aerostática, aderezada por la mitificación que sufriría una nave aérea como ésta en el pasado, podría explicar más razonablemente que la hipótesis extraterrestre mitos religiosos como los vimanas. Y no sólo en el hinduismo. Si observamos el comportamiento de los «dioses» (elohim) de la Biblia o de los Vedas, y analizamos sus intrigas, celos, envidias, crueldades, hipocresías, abusos de poder, etc., creo que no tardaremos en vernos reconocidos.

El mejor argumento para que no pueda aceptar un origen divino o sobrenatural para los «dioses» que pilotaban los vimanas es que eran tan crueles y fascistas como los peores dictadores humanos. Unos «dioses» que instauran y mantienen algo tan atroz y despiadado como el sati o el terrorífico sistema de castas, que todavía persisten en la India, no me interesan. Esos «dioses» no tienen sitio en mi fe. Me recuerdan demasiado a los humanos. Y si sus vimanas no eran aerostatos, probablemente no eran nada. 






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