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jueves, 26 de marzo de 2020

EL CASO DE LA BANDA DE LA SANTERA



El caso de la banda de la Santera saltó a la luz en 2007, un año antes al estallido de la crisis económica, prolífico en estafas y timos esotéricos. 


En febrero, por ejemplo, la Ertzaintza detuvo en Vitoria al «poderoso brujo africano» I. K., de treinta y siete años, que había estafado 31.000 euros a una vecina de San Sebastián, tras someterla a una larga y costosa serie de rituales mágicos, llegando a cobrarle trescientos euros por cada uno. Solo unos meses antes la misma Policía Autonómica de Euskadi había detenido a A. D., de veintiún años, denunciado por haber estafado cinco mil euros a uno de sus clientes, a través del timo de la «limpieza del dinero», una de las formas de estafa que más se ha incrementado en España. 


En junio, agentes del Cuerpo Nacional de Policía detienen en Guadarrama (Madrid) al curandero Jorge Washington C. H., ciudadano ecuatoriano de cincuenta y un años, sobre el que ya pesaba una orden de busca y captura tramitada en Estados Unidos, donde el curandero había ejercido también como sacerdote y fue acusado de abusos sexuales a menores. La detención se produjo en las inmediaciones del Complejo Cultural Residencial de Guadarrama, durante un retiro de «sanación interior». 

En octubre, y mientras el cerco policial se cernía sobre la banda de la Santera en Mallorca, la Policía Judicial extremeña recibía varias denuncias contra la vidente Clara, una ciudadana brasileña recién afincada en Mérida, tras abrir una consulta como vidente. Según el comisario Luis Ochagavia, la vidente había sido acusada de apropiarse de grandes sumas de dinero en efectivo, joyas y objetos de valor de sus clientes. 

Aunque el caso que ese año eclipsó mediáticamente a todos los demás fue la detención de la «vidente de los famosos», Cristina Blanco. Conocida por sus intervenciones en televisión y por contar entre sus clientes con afamados cantantes, actores y políticos, era condenada a dieciséis meses de cárcel por el Juzgado de lo Penal número 2 de Marbella, por el hurto de dinero, tarjetas de crédito y otros objetos de valor a sus clientes. Manuela Blanco, nombre real de la famosa vidente, era administradora única de la sociedad Micrista S. L., en la que también figura como apoderado su marido Miguel Ángel Muñoz Martínez. Empresa dedicada al estudio del esoterismo, la videncia, la astrología y el arte de la quiromancia, que gestionaba los ingresos de la vidente y que le permitió adquirir una casa valorada en 138 millones de las antiguas pesetas en la elitista urbanización madrileña de Fuente del Fresno, y que este año tuvo que cambiar por los calabozos de Marbella.

Pero la sofisticación, crueldad y elaboración de las estafas de la banda de la Santera hacen palidecer a todos los demás estafadores esotéricos de ese año.

La Policía de Santander, Zaragoza, A Coruña y Córdoba, ciudades por donde habían dejado un reguero de víctimas, les seguía la pista desde hacía años, pero fueron agentes del Grupo de Delitos Económicos de la Policía Nacional de Palma de Mallorca los que en octubre de 2007 establecieron un operativo de vigilancia en torno al nuevo domicilio de la banda. Los agentes esperaron el tiempo que fue necesario hasta confirmar que, según las informaciones que llegaban de varias comisarías de la Península, el clan de los Santeros, todos ellos brasileños, se había reunido al completo con Dora N., alias Esmeralda, y entonces procedieron a la redada de todo el grupo. El saldo, siete detenidos, más tres menores, uno de ellos también sospechoso de haber colaborado en las estafas. 

Durante la inspección ocular del domicilio donde fueron detenidos los integrantes del clan de los Santeros, se incautaron setenta mil euros, presuntamente fruto de las tres últimas estafas que habían cometido en la capital balear. Según los denunciantes mallorquines, a uno le habían cobrado cuarenta mil euros por un complejo ritual contra el supuesto «mal de ojo» que lo atormentaba; a otra de las víctimas, veinte mil, y diez mil a una tercera. Además, el registro domiciliario descubrió un amplio muestrario de fetiches mágicos e imágenes de santos que utilizaban en sus rituales. También se encontraron gran cantidad de joyas y objetos de valor, empeñados por algunos de los clientes estafados para hacer frente a las costosas facturas requeridas por los videntes para abonar los rituales mágicos que deberían solucionar todos los problemas de los consultantes.


No era la primera vez que los agentes del Grupo de Delitos Económicos se enfrentaba a un caso de este tipo. En octubre de 1991, según consta en mi archivo, la misma Policía de Palma de Mallorca ponía a disposición judicial a cuatro videntes brasileños que habían timado más de once millones de pesetas a varios clientes. Los cuatro brujos, que utilizaban indistintamente los nombres de Madoca, Sara, Teresa, Marisa, Debora y Donarosa, mantenían consulta de astrología, tarot, espiritismo, etc., en Mahón, Manacor, Can Picafort y Palma. 

Los detenidos fueron conducidos inmediatamente a los juzgados de Vía Alemania, en Palma de Mallorca, mientras que los niños fueron puestos bajo la jurisdicción del Servicio de Protección de Menores. 

Concluía así el último caso de «estafadores en serie» que ha dejado un amplio rastro de víctimas en casi media docena de ciudades españolas, pero lejos de los conocidos precedentes de falsos videntes que engañan a sus clientes, este caso nos permite comprender la evolución de los fraudes paranormales que se está detectando policialmente en España, y en el resto de Europa, en los últimos cinco años. 


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