El jardín está repleto de invitados a la fiesta. Rodeando la piscina, influyentes personalidades de la ciudad degustan los canapés acompañados de exquisito vino blanco.
El anfitrión, conocido por su ingenioso sentido del humor, había hecho una insólita confesión durante la cena. Interrumpiendo las intrascendentes conversaciones de mesa de los comensales, se había puesto en pie y reclamado su atención. Con tono solemne y ceño fruncido, había asegurado a sus invitados que, días atrás, una experiencia OVNI había cambiado su vida.
Según afirmaba el ingenioso anfitrión, dos noches antes, al regresar de una junta de accionistas, un platillo volante lo había secuestrado y unos extraterrestres le habían elegido como su enviado en la tierra.
Entre las risas de unos y el desconcierto de otros, el excéntrico millonario prosiguió su relato. Según le habían asegurado sus amigos alienígenas, esa noche aterrizarían en su cancha de tenis exactamente a las 12 de la noche. Y por ello había organizado aquella informal fiesta, para así poder tener muchas personas de gran reputación social que fueran testigos del histórico evento.
Eran ya las 23.45. Nadie había vuelto a hablar de la insólita confesión del anfitrión, ya que todos conocían su faceta humorística. Sin embargo, entre canapé y canapé, todos y cada uno de los invitados lanzaban furtivas miradas hacia el cielo y hacia la cancha de tenis que sólo estaba parcialmente iluminada. Y desde la terraza, disfrutando con la semilla del desconcierto que había sembrado, el excéntrico millonario contemplaba la creciente inquietud de sus invitados y sus miradas de reojo al cielo estrellado.
A las 24.00 h. varios relojes de muñeca, con pitido característico, alertaron a todos. Y un osado ejecutivo, un poco envalentonado por el efecto etílico del buen vino, rompió el hielo exclamando "Qué, ¿dónde están los marcianos?"
En ese instante, y mientras las sonrisas empezaban a asomar entre los labios de los presentes, alguien gritó señalando al cielo: "¿Qué es eso?".
Lo que en principio parecía una luz tenue, acercándose desde el horizonte, pronto se convirtió en un círculo de luces con un gran foco lateral. A medida que el objeto se acercaba a la mansión y el zumbido que emitía se hacía más claro, la histeria se apoderaba de todos. Algunos cayeron en la piscina, otros se ocultaron bajo las mesas, otros quedaron totalmente paralizados...
El objeto llegó por fin a la vertical de la cancha de tenis. Ahora era perfectamente visible. Se trataba de un disco metálico, con ocho círculos como turbinas alrededor. A medida que descendía se hizo visible una cúpula transparente en su centro; en su interior podía verse un tripulante provisto de un mono gris metalizado y un casco que ocultaba su cabeza. Eso fue el colmo.
Todos gritaban, corrían o saltaban. Alguien exclamó algo de que Jesús era uno de ellos, y uno o dos se orinaron. Y mientras, en el suelo de la terraza, el excéntrico anfitrión se revolcaba de risa...
Cuando el platillo tocó el suelo y la cúpula se abrió, el "extraterrestre" salió con paso firme de la nave. Se dirigió a la piscina, provocando aún mayor histeria. Y al llegar al centro del jardín, justo bajo una de las farolas, se quitó lentamente el casco, permitiendo a todos ver su rostro. El tripulante del platillo no era otro que el chófer del pícaro millonario...
Este relato, que puede parecer una absurda introducción a un cuento de Asimov, puede estarse produciendo en este mismo instante en cualquier parte del mundo.
El desarrollo de la tecnología privada y la comercialización industrial de todo tipo de diseños aeronáuticos ha convertido en realidad el sueño de viejos visionarios. En la actualidad, cualquier persona con el suficiente nivel adquisitivo puede convertirse en "extraterrestre" a los mandos de un auténtico "platillo volante".