Aunque el término shaman se ha traspolado a los hechiceros y curanderos de todas las culturas, el shamanismo se originó en las remotas regiones de Siberia suponiendo para muchos autores, la primera religión de la historia humana. Y hasta allí viajamos para conocer a los últimos shamanes, y para contarlo en exclusiva.
En cuanto el escritor y aventurero Chema Rodríguez nos detalló las enormes dificultades que implicaba acceder a los Tsatan sentimos desvanecerse nuestras últimas esperanzas. Habíamos llegado hasta el lago Hosvold después de tres días de agotadora travesía en todoterreno desde Ulan Bator, y según Rodríguez, a partir de Hosvold los coches ya no podían continuar. Ni siquiera los poderosos helicópteros soviéticos pueden acceder a las montañas donde viven los últimos Tsatan. La única forma de llegar hasta estos nómadas, entre los que se encuentran los últimos shamanes siberianos, es a caballo. Y Chema Rodríguez lo había intentado unos meses antes de que nuestra expedición llegase a la frontera de Siberia y Mongolia. El escritor y aventurero había pasado diez días a caballo recorriendo valles y montañas en busca de los Tsatan del lago Hosvold, hasta que pudo ver a la primera familia. Una experiencia que relata en su obra “El diente de la ballena” (El País Aguilar, 1999), y que le llevó al limite de su resistencia física. Pero los dioses habían decidido favorecernos. Probablemente ninguno de nosotros habría resistido diez días a caballo por aquellas montañas. Tan sólo montamos a caballo un día en los bosques del Lago Hosvold –lo que fue más que suficiente para producirnos unas escoceduras y agujetas infernales, y para comprender la odisea de Rodríguez- pero la fortuna se había puesto de nuestro lado...
HISTORIA DE UNA TRADICIÓN
La palabra shaman se ha utilizado indistintamente para definir a los curanderos asiáticos, a los médicos tradicionales africanos, a los brujos latinoamericanos, y a todo tipo de personajes de poder pertenecientes a las más variadas tradiciones. Pero en realidad, como apunta el Dr. José María Poveda en su Enciclopedia del Chamanismo (Temas de Hoy, 1998) se trata de una transpolación de un término de origen manchur llegado al vocabulario etnológico a través del ruso siberiano. “Shaman” proviene del manchur “xaman”, sustantivo derivado del verbo “scha”, que significa saber. Por tanto el shaman es un hombre que sabe, un hombre de conocimiento. Otros autores no obstante sugieren que el término proviene del sánscrito “sramana”, que significa “monje budista itinerante”, aunque personalmente no comparto esta teoría.
Para numerosos autores, como Leroi-Gonrhan (1964) o J. Campbell (1960), la antigüedad del shamanismo se remonta a la prehistoria, apareciendo escenas que representan ritos shamánicos en pinturas rupestres coreanas y siberianas. Yo mismo he podido examinar en aquellas remotas regiones fronterizas entre Mongolia y Siberia restos arqueológicos y petroglifos de la edad de bronce, en los que aparecen ya representaciones de elementos shamánicos. Sin embargo el texto más antiguo alusivo al shamanismo es un libro uigur, el “Khutadghu Bilik”, escrito hacia el 1069. Pese a ello, y en base a esos elementos arqueológicos y a las tradiciones orales, algunos autores afirman que el shamanismo fue la primera religión, propiamente dicha, de la historia. Anterior incluso al culto a los muertos.
Durante milenios los shamanes siberianos tutelaron la vida espiritual de las comunidades nómadas de la taiga y la estepa, pero con el paso del tiempo el shamanismo fue paulatinamente debilitado por el avance del Islam y del Cristianismo. Tanto es así que, según eruditos como Mircea Eliade, a finales del pasado siglo algunos shamanes de la estepa invocaban a Alá, o a personajes bíblicos como Noe, Abraham o David, en sus trances estáticos.
Pero además de una asesoría espiritual, como apunta Mohály Hoppal (Presidente de la Society for Shamanic Research) el shaman euroasiático cumplía las funciones de profeta, sanador, sacerdote, etc.
Lamentablemente, y a pesar del que el concepto shaman se extrapoló a todo tipo de hombres-medicina, brujos y hechiceros, los genuinos shamanes comenzaron a convertirse en una especie en vías de extinción cuando el comunismo de los países satélite de la antigua URSS prohibió todas las creencias y prácticas religiosas. El shamanismo es un conocimiento de transmisión oral, y la prohibición imperante en los países comunistas de difundir ese conocimiento hizo que muchos viejos shamanes desapareciesen sin poder legar sus secretos a jóvenes discípulos, por esa razón etnólogos, antropólogos y estudiosos de las religiones comparadas encontramos cada vez más difícil acceder a genuinos shamanes depositarios de las tradiciones orales siberianas. De hecho, a medida que me acercaba a frontera mongol-siberiana comenzaba a temer que mi sueño de asistir a algún ritual shamánico se difuminaba a cada kilómetro que ganábamos a la estepa. Por no hablar de la utópica pretensión de que ese ritual pudiese ser realizado por algún shaman de una etnia tan escasa y auténticamente tradicional como los nómadas Tsatan.
TSATAN: EL PUEBLO PERDIDO DE SIBERIA
En las inhóspitas regiones de Mongolia y Siberia existen numerosas etnias nómadas como los Hanty, los Mansi, los Altaicos, los Darkhad, etc, todos ellos practicantes del shamanismo. Pero entre todos ellos existe un grupo étnico especialmente interesante. Un pueblo en vías de desaparición al que tal vez le queden pocas generaciones de vida. Y es que frente a los 29.000 nentsi, los 300.000 yakutos o los 13.000 evenki diseminados por las desérticas regiones de Siberia, tan solo se contabilizaron unos 200 tsatan en la región del l ago Hosvold, repartidos en 39 familias, en un censo realizado hace 15 años por el etnógrafo mongol Badamkhatan.
El termino tsatan (o tsaatang) no tiene nada que ver con el “Satán” hebreo, sino que proviene de la palabra “tsa”, que significa reno. Por tanto podemos definir a los tsatan como el pueblo de los renos. De hecho estos nómadas basan toda su economía en sus “hermanos” los renos, que utilizan como montura, cuya leche les da los productos lácteos sustento de su economía y alimentación, que usan como animales de tiro, etc.
Los tsatan realizan entre 6 y 8 migraciones al año, siempre en busca de mejores pastos para sus renos. Viven en unas tiendas cónicas, idénticas a los “tipis” de los indios norteamericanos, y practican el shamanismo. Unas prácticas religiosas estas que durante la época del imperio comunista tuvieron que ocultar y que a partir de 1991, tras la caídas del bloque del Este, ya no es una fe proscrita por el gobierno.
Los tsatan, como todos los pueblos shamanistas, creen que todos los elementos de la naturaleza tienen un espíritu que puede influir benéfica o maléficamente en las personas. Con esos espíritus trata el shaman en sus “viajes” al otro mundo. Especialmente con el espíritu de los renos, un animal con el que los tsatan tienen un vínculo que trasciende al pastoreo.
Para los pueblos shamanistas, especialmente los tsatan, la sangre es sagrada, y por eso no puede ser derramada llegado el caso de necesitar la carne de un animal para alimentarse. En estos casos el sacrificio se hace de una forma asombrosa que en cierto momento del viaje pudimos presenciar personalmente. Tras pedir perdón al animal por necesitar su cuerpo, el matarife realiza un pequeño corte en el vientre del animal, y con un gesto rápido y certero, introduce su mano en el cuerpo, atraviesa el diafragma y estrangula la femoral, con lo que el animal muere en el acto con el mínimo dolor posible y sin derramar sangre. Doy testimonio de que resulta un espectáculo asombroso.
Los renos proveen al tsatan de todo lo que necesita, e incluso le obsequian productos que, de haber tenido interés en comerciar, podrían haber resultado muy lucrativos para estos nómadas, como el pantocrino; una piel verde y vellosa que se desprende de los cuernos del reno macho, y que se considera un poderoso afrodisíaco. Pero los tsatan no tienen ningún interés en mantener contactos con otras culturas, eso es lo que los hace tan inaccesibles, aunque los convierta en el pueblo mas pobre de Siberia. Además, sabíamos que hace 15 años ya solo quedaban 39 familias, pero sabíamos también que ese número descendía paulatinamente debido a las prácticas endogámicas que habían comenzado a realizar los tsatan, casándose entre primos o hermanos, lo que había producido que en las últimas generaciones se diesen muchos nacimientos de niños con problemas psíquicos o físicos. Este punto había sido confirmado por el aventurero Chema Rodríguez meses atrás al localizar a una de esas 39 familias, tras recorrer durante más de una semana a caballo aquellas montañas en las que ahora nos encontrábamos nosotros.
Mientras intentaba hacerme con el control de mi caballo (posteriormente, en otro punto del viaje mi montura se desbocó, y no le deseo a nadie pasar ese mal trago), intentaba imaginarme lo que habría costado a Rodríguez soportar aquellas particulares sillas de montar, que te producen dolorosas excoriaciones en los muslos a causa de su adornos de plata, mientras recorre una región que alcanza los 50 grados bajo cero en invierno, congelando todo el lago Hosvold que mide 127 kilómetros. Y lógicamente el mas profundo pesimismo se apoderó de nosotros.
En los días que pasamos en la región del Hosvold pudimos contactar con varias familias nómadas pertenecientes a otras etnias. De hecho nuestros caballos nos los alquiló una familia darkhad que, literalmente, nos “secuestraron” para agasajarnos con las ofrendas que la proverbial hospitalidad mongola obsequia al extranjero: airag (leche de yegua fermentada), queso y demás lácteos hechos con leche de yak, vodka, tabaco de esnifar, etc. Y de su mano pudimos conocer algunas tradiciones y costumbres rituales ancestrales.