Resulta difícil encontrar, en ningún rincón del mundo, una celebración tan antigua, tan dura y tan hermosa a la vez. El Naadam reúne a los mejores arqueros, a los mejores luchadores y a los mejores jinetes, apenas unos niños, de todo Mongolia desde los tiempos de Gengis Khan. Y todos saben que algunos perderán la vida en la competición...
El espectáculo es sobrecogedor. Casi 500 caballos, todos ellos montados por niños de poco más de ocho años de edad, avanzan lentamente formando una interminable línea que parece cubrir el horizonte. De pronto el juez de carrera da la salida, y medio millar de animales salen al galope envueltos en un sonido atronador, y una espesa nube de polvo. No importa que la carrera responda más a un criterio de resistencia que de velocidad; los pequeños jinetes clavan los talones y azotan sus monturas como si les fuese la vida en aquella competición. Y a algunos de ellos, ciertamente se les irá la vida.
A los pocos kilómetros uno de los pequeños, que no puede sostenerse más a lomos de su caballo a causa del irregular terreno de la estepa, se cae a tierra, y es inevitablemente arrollado por docenas de animales que seguían al suyo. Un poco más adelante otro niño cae también con la triste suerte de quedar atrapado a uno de los estribos y ser arrastrado por el suelo durante metros y metros, falleciendo en el acto. Una cruel cabriola del destino quiso que los dos pequeños que murieron en esa carrera, perteneciesen a la misma familia... Así de dura, impía y brutal puede resultar una de las competiciones más antigua y tradicional de Asia: las carreras de caballos del Naadam.
UNA TRADICIÓN MILENARIA
Este verano, como todos los veranos desde hace siglos, los mejores jinetes, arqueros y luchadores de todo Mongolia se dieron cita en la capital, Ulan Bator, para participar en el festival sagrado.
Teniendo en cuenta que Mongolia es un país que casi triplica a España, y que el medio de transporte tradicional es el caballo, es comprensible que muchos de los aspirantes a vencer en sus pruebas deban partir de sus hogares en primavera, y viajar durante 3 o 4 meses para poder llegar a Ulan Bator a tiempo de inscribirse en las competiciones. En la actualidad el triunfo en cualquiera de las tres disciplinas del Naadam se acompaña de un premio económico, 3 millones de tugruks (unas 600.000 pesetas), pero hasta hace muy poquitos años el único premio que disfrutaba el ganador de las carreras de caballos (moriny uraldán), el tiro con arco (suryn jarvá) o la lucha mongola (böjyn barildán), era el prestigio y la fama que acompaña al Naadam. Y no hacia falta más. La gloria y el orgullo del vencedor en el festival sagrado, era una gratificación más que suficiente como para arriesgar la vida en alguna de sus pruebas.
El origen de esta celebración, que paraliza completamente el país, se pierde en la noche de los tiempos, siendo anterior incluso a los tiempos de Gengis Khan. Y no debemos olvidar que el Mongolia, en tiempos del Khan, se convirtió en el imperio más grande de toda la historia, superando con creces al imperio español o romano, y extendiendo sus fronteras por toda Asia y hasta Centro-Europa. Probablemente tuvo una crucial importancia en su imparable conquista, una de sus armas secretas; el caballo mongol.
A diferencia de los equinos de otros países, el caballo mongol se caracteriza por su pequeño tamaño, su cabello muy largo, y sobretodo su enorme musculatura y resistencia. Por otro lado los mongoles casi aprenden a galopar antes que a caminar. De hecho es conocida la capacidad que tenían los jinetes de Gengis Khan para galopar durante horas y horas sin apearse de sus monturas, o cambiando de caballo en carrera; comiendo mientras mazaban la carne bajo sus sillas de montar para ablandarla, y llegando a beber la sangre de sus propios caballos propinándoles un pequeño corte en el cuello, sin dejar de galopar ni un momento. No en vano, Gengis Khan instauró el servicio de correos más eficiente de toda la Edad Media, y sus jinetes cruzaban distancias enormes para trasmitir las noticias sin descanso, aún a costa de matar de agotamiento algunas de sus mejores monturas. Al fin y al cabo Mongolia ha sido siempre el país con más número de cabezas de ganado, incluidos caballos, por metro cuadrado del planeta. Y todavía hoy se infravalora la vida de estos robustos animales, tal y como pudimos comprobar nosotros mismos en el último Naadam, celebrado hace pocas semanas en las tierras del Khan.
En una brutal carrera en la que los pequeños jinetes, niños de poco mas de 8 años, elegidos como jockeys por su poco peso, deben recorrer a frenético galope hasta treinta kilómetros de estepa, varios caballos pierden la vida al rompérseles el corazón a causa del brutal esfuerzo.
Nosotros mismos pudimos presenciar como al menos tres caballos se desplomaban, empapados en sudor, a sólo quince metros de la meta. Inmediatamente los veterinarios y los oficiales de carrera salen disparados hacia ellos, y comienzan a propinarles fuertes patadas en el pecho intentando, con tan brutal masaje cardíaco, incorporar a los animales. Pero todo fue inútil. Los tres animales, como kilómetros atrás habían fallecido otros, mueren inevitablemente debido al agotamiento. Y sin que la carrera se detenga, una gran excavadora cruza la pista y recoge los cadáveres que cuelgan de la pala como si fuesen un muñeco de peluche, fofo y patético. Así de crudo es el espectáculo.
LUCHADORES: LOS HOMBRES DIOSES
Pero si existe una disciplina del Nadaam que realmente entusiasma y enerva al público es la lucha. A medio camino entre el judo y el sumo, la lucha mongola no conoce clasificaciones de peso ni edad. Por esa razón los luchadores con mejor puntuación en las clasificaciones previas disfrutan del privilegio de escoger contrincante entre los 500 participantes. No es de extrañar por tanto que los primeros combates sean absolutamente desiguales, al enfrentarse jóvenes de 60 kilos, con veteranos luchadores de 120.
A medida que docenas de luchadores son eliminados los combates van haciéndose más largos y más reñidos, y el entusiasmo del público crece proporcionalmente a cada nueva eliminatoria.
En el segundo día del Nadaam ya sólo un puñado de luchadores, colosos de enorme fuerza y experiencia, optan por el premio.
Tras una final emocionante y muy reñida, que hace levantarse de su palco al presidente del país en los momentos más tensos de la lucha, se erige un nuevo vencedor en la lucha del último Nadaam del siglo. Se trata del veterano campeón Badmanyambuu Bat-Erdene, coronel de la Policía y presidente de la Asociación Deportiva del cuerpo. Badmanyambuu Bat-Erdene ganaba el Nadaam de 1999 en onceava ocasión. Aunque no consecutivas, el coronel-luchador, con sus once victorias, ostenta uno de los mayores récords en la lucha mongola de toda la historia.
Tras saludar al vencedor de la lucha, y entregarle el premio oficial, el presidente Bagabandy clausuró el último Nadaam del milenio con toda la pompa que requería la ocasión.
Los pastores nómadas que llegaron a Ulan Bator tras recorrer miles de kilómetros de estepa, durante meses, levantaron sus tiendas de campaña y comenzaron el triste retorno. Solo los vencedores de las carreras volverán a sus pueblos de origen con el orgullo de haber sido coronados con la medalla de la victoria. Ahora podrán comprar nuevas ropas y forros para sus gers (casas típicas de los nómadas), con los que protegerse en el invierno que se avecina, y que en Mongolia llega a alcanzar los 50 grados bajo cero.
Paradójicamente los caballos vencedores a las duras e impías carreras del Nadaam pueden llegar a sufrir, en algunas ocasiones, un lamentable destino. Cuando continuábamos nuestro viaje, desde Ulan Bator hacia la frontera siberiana, nos encontramos algunos ovoós en los que la ofrenda que destacaba eran cabezas de caballo decapitadas. Al preguntar a un pastor sobre el origen de aquellas cabezas nos respondió con toda convicción: “Son caballos que en su día ganaron el Nadaam, porque si quieres pedir la ayuda de los dioses, y les ofreces a cambio un homenaje, tienes que entregarles algo realmente valioso, ¿y que tiene un pastor más valioso que un caballo que ha ganado un Nadaam?”.
No deja de resultar paradójico que aquellas cabezas decapitadas, dispuestas a lo ancho del ovoó, sean el triste destino de los animales triunfadores en unas carreras que cada año llegan a costar la vida de varios jóvenes jinetes... pero esta es la singular, asombrosa y despiadada ley de la estepa. Un mundo anclado en el pasado, sobre el que todavía se siente el espíritu del más salvaje, brillante y conquistador soberano de todos los tiempos, el inmortal Gengis Khan.