«Tú, ¿de qué signo eres?» La pregunta, hecha a bocajarro, me pilla desprevenido. Respondo que Piscis. «¡Claro, se te nota enseguida!» Sonrío con malicia, pero mi interlocutora, convencida de su acierto, no se percata. Es una mujer de unos treinta años, cubierta de una resplandeciente túnica azul bordada con hilos blancos y dorados. En su pecho luce una enorme «mano de Fátima», un talismán musulmán muy popular. Con una cordial sonrisa, me ofrece un cuenco de madera que contiene un líquido dulzón.
La sala está presidida por un elaborado altar que muestra una foto de Babaji, rodeada de guirnaldas e inciensos. A mi derecha, cubriendo una enorme mancha de humedad en la pared, un enorme póster de Jesús, y a su lado, un grabado con los chakras, auras y cuerpos sutiles de la «anatomía oculta» que exponen los gnósticos.
En una esquina de la habitación, dos muchachos y una chica aporrean unos tambores hindúes tarareando un himno apache. Por el rabillo del ojo, veo a otro joven que parece explicar a una pareja su carta astrológica. Cruzo el tatami con el cuenco entre las manos para sentarme sobre un acogedor futón. A mi lado, otro grupo discute acaloradamente sobre mensajes que dicen haber recibido de la Hermandad Blanca y de los extraterrestres.
Shicanye, cuyo verdadero nombre era María del Pilar, se sienta a mi lado para hacerme compañía hasta que comiencen los rituales. Mientras esperamos, aprovecha para «echarle un ojo» a mi aura, extendiendo sus manos ante mis narices.
—Estás un poco bajo de biorritmos, ¿verdad? —Fuerzo una sonrisa de circunstancia—. Si quieres, puedo darte una sesión de reiki mientras esperamos…
El humo de un porro que alguien se está fumando, mezclado con el del incienso, acaba por atontarme. Antes de que pueda darme cuenta, Shicanye, con los ojos cerrados y con un rictus de extrema concentración, ya ha colocado sus manos sobre mi pecho. Pero ¿qué demonios estoy haciendo yo aquí?
El local, una casa particular en la cosmopolita Barcelona, es uno de los típicos ashram de la nueva era que existen a lo largo y ancho del país: un pintoresco lugar en el que la magia, el esoterismo, las filosofías orientales, los ovnis, Jesucristo y las más variadas creencias religiosas se entremezclan en un inconcebible sincretismo mágico-esotérico-religioso-filosófico. El mensaje que ese indescifrable galimatías de símbolos quiere transmitir es que «todos somos uno», y que una nueva era de amor y fraternidad se avecina. Pero…
La historia de un mito
Estoy seguro de que uno de los fenómenos que más ha contribuido a la prostitución del esoterismo y alentado todos los riesgos y peligros que existen en las prácticas paranormales es el sincretismo antinatural que damos en llamar nueva era.
Probablemente debamos buscar el origen de la miscelánea esotérico-religiosa que rodea al movimiento new age en los comienzos del siglo pasado. En esta época, varios esoteristas occidentales viajaron a Egipto, la India, el Tíbet, etc., trayéndose después consigo determinados conceptos mágicos y religiosos orientales salvajemente arrancados de su contexto.
Personajes como Aleister Crowley o H.P. Blavatsky son, en buena medida, los responsables de que términos como chakra, nirvana, tantra, avatar o kundalini se entremezclasen con otros como alquimia, cábala, Mesías o Apocalipsis. El resultado fue una serie de movimientos como la teosofía, en que la magia grecorromana, el esoterismo judeocristiano y las tradiciones brahmánicas o budistas se entremezclan de forma terrible. En un sincretismo que pierde totalmente las raíces tradicionales de todos los credos que agrupa, los cuales habían sido «revelados» en contextos culturales, geográficos e históricos sumamente diferentes.
Por si esto fuera poco, dichos movimientos, como la teosofía (que el célebre esoterista René Guénon atacó con extrema dureza en obras como El teosofismo, historia de una pseudorreligión), coincidieron cronológicamente con el nacimiento de otras corrientes como el espiritismo o la metapsíquica. El resultado: un gazpacho esotérico repleto de un sinfín de ingredientes arrancados de sus respectivos contextos. Y esto ha ido empeorando con los años.
En la actualidad, la sociedad occidental vive una verdadera «invasión esotérica». Resulta extremadamente difícil encontrar una revista o diario que no publique periódicamente noticias o artículos relacionados con el misterio, así como emisoras de radio o televisión que no mantengan algún programa, o, por lo menos, un consultorio esotérico.
Los publicistas son, sin lugar a dudas, el mejor baremo para medir las inquietudes y las tendencias de una sociedad. Resulta muy revelador observar la fluida utilización que se hace de lo esotérico y misterioso como elemento de marketing. En los inicios del siglo XXI ya podemos comer hamburguesas Platillo Volante y beber cerveza Satán o Lucifer. Podemos acudir a las peluquerías Quiromancia, donde nos leerán la mano mientras nos arreglan el cabello (dos formas de tomarnos el pelo a la vez); escuchar música de Nirvana o de UFO en el pub 666 o en la discoteca Tercera Fase, e incluso hacer nuestras compras en las boutiques Ummo, las librerías Karma o las tiendas de muebles Ovni… La lista es interminable.
Y lo peor de todo es que las agencias de publicidad han venido a sumarse a la legión de charlatanes, estafadores y falsarios a las que tenemos que enfrentarnos los investigadores, realizando sofisticadas campañas de publicidad viral en Internet, utilizando mitos como los ovnis, la criptozoología o lo paranormal como instrumento de seducción. Hoy, los vídeos de supuestos ovnis, yetis, poltergeists…, con más millones de descargas en YouTube son falsificaciones realizadas por empresas de publicidad viral.
Esta anárquica invasión esotérica ha posibilitado la existencia de «videntes electrónicos». Ya podemos encontrarnos en cualquier estación o aeropuerto maquinitas que, por solo dos euros, nos echarán el tarot, calcularán nuestros biorritmos, levantarán nuestro horóscopo, o incluso nos leerán las líneas de la mano. Es más: ni siquiera tenemos que estar presentes a la hora de consultar a nuestro vidente o profeta favorito. Las líneas 903, además de las eróticas, ponen a nuestra disposición la astrología, el i ching o el teletarot por módicos precios. Imagino que los parapsicólogos del futuro serán sustituidos por electricistas…
En este excelente campo de cultivo que supone la avalancha esotérica de nuestra sociedad, ha surgido una prolífica picaresca. El desinterés de los estamentos académicos y universitarios por lo paranormal posibilita que cualquier individuo pueda autotitularse astrólogo, vidente, parapsicólogo, naturópata, sanador, gurú o cualquier otra «profesión de la nueva era». Y, por desgracia, entre los escasos idealistas que sinceramente sienten una profunda inquietud por el mundo invisible, abundan los estafadores y desalmados que se aprovechan de las esperanzas, anhelos o inquietudes del prójimo.