Resultaría ridículo —y además injusto— generalizar. Solo los cretinos juzgan todo el conjunto del fenómeno paranormal en función de casos concretos.
Sin embargo, es indiscutible que cuando un individuo protagoniza una experiencia, para él real y trascendente, que le lleva al convencimiento de que existe un más allá o de que está en contacto con otras entidades, cualquier sincronicidad, coincidencia o fenómeno casual es mistificado fácilmente.
En un contexto de fundamentalismo esotérico, los sueños dejan de ser sueños para convertirse en «viajes astrales», y los déjà-vu —estímulos eléctricos generados en el lóbulo temporal— se transforman en «recuerdos de vidas anteriores». Cualquier ocurrencia o reflexión interior se toma por un «mensaje telepático». Un crujido producido por la dilatación de un mueble es una «señal»; una corriente de aire que entreabre una puerta es la respiración de un «espíritu» y una luz que se mueve en el cielo es una nave alienígena.
Una de las características que he observado repetirse en todo tipo de grupos y colectivos mágicos o religiosos es el de la mistificación del origen del fenómeno.
He escuchado hasta la saciedad frases como «este mensaje es demasiado profundo como para que se me hubiese ocurrido a mí», «yo nunca podría haber pensado algo así»; «mi capacidad no da para tanto»… Es tan acuciante la necesidad de mitos que asola al ser humano, que este tiende a subestimar las maravillosas capacidades de su mente, buscando el origen de todo fenómeno fuera de ella.
¿Cómo explicar a un fervoroso creyente mariano que las imágenes que vio al mirar directamente al Sol son aberraciones de su retina? ¿Cómo informar a un contactado que la supuesta nave de los guías extraterrestres era una inversión de temperatura en el cielo? ¿Cómo decir a un devoto espiritista que los golpes en la pared no procedían de un ser de luz, sino de una avería en las cañerías de la casa?
Con frecuencia, los investigadores de campo nos hemos visto en la difícil situación de informar a un testigo implicado emocionalmente con su experiencia, de que esta tenía un origen natural. Y resulta complicado a veces transmitirle este hecho sin dañar la ilusión de haber encontrado algo maravilloso en una vida hasta entonces monótona.
Sin embargo, en vista del cariz que está tomando el mundo esotérico, resulta urgente desmitificar todo lo desmitificable por pura higiene social.
Pues la experiencia paranormal, ya sea real o un simple error de apreciación, puede ser un pasaporte a un mundo de locura si no se acompaña en todo momento de una prudente dosis de sentido común.