Sería un error pretender que casos como estos se producen únicamente en el contexto religioso cristiano, sea católico o protestante. Yo mismo he tenido la oportunidad de presenciar personalmente trances de posesión sorprendentes en diferentes países asiáticos, africanos o americanos.
Especialmente arraigados en mi memoria, por su espectacularidad, algunos rituales de vudú en Haití, o de palo mayombe en Cuba, en los que el autor se sorprendió ante la violencia del trance cuando los loas (en el vudú) o los orishas (en la santería) «cabalgan» al médium, que durante el trance es capaz de realizar supuestas proezas «inexplicables», como morder cristales o caminar descalzo sobre las brasas de la hoguera, y que al recuperar la conciencia vuelve a la normalidad.
Pero lo que nos demuestra que estos fenómenos tienen más que ver con la mente humana que con divinidades ancestrales es que también se producen en contextos no religiosos, o al menos no de la religión tal y como la concebimos, como el espiritismo, las sectas satánicas, los cultos ovni, etc.
Es una creencia universalmente extendida en todo contexto esotérico que el cuerpo puede ser poseído por todo tipo de entidades. Todavía en la actualidad existen médiums espíritas que aseguran ser poseídos temporalmente por espíritus desencarnados. Incluso exorcistas, como el catalán Jordi Mora, que no creen en el diablo y aseguran que todas las posesiones se deben a espíritus desencarnados.
En el contexto extraterrestre, aunque con menos frecuencia, las prácticas de la sintonización, incorporación, compenetración, etc. están cada vez más extendidas, tratándose, ni más ni menos, que de la extrapolación del mito espírita al contexto ufológico. Contactados tan conocidos como el italiano Eugenio Siragusa, el español José Fabregat o el estigmatizado Giorgio Bongiovanni son «poseídos» por supuestos extraterrestres para transmitir su mensaje a los hombres.
En el caso de este último, que he seguido con especial atención durante veinte años, es especialmente gráfico el paralelismo entre sus trances ufológico-marianos, con estigmas sangrantes incluidos, y los de cualquier otro místico cristiano, musulmán o budista. El fenómeno es el mismo, y solo cambia la expresión de dicho fenómeno en función de las creencias que profesa el sujeto.
Mientras la creencia de ser poseído no afecte a nuestra salud psíquica o física, me parece tan lícita como cualquier otra. Pero, por desgracia, en muchas ocasiones esa creencia en particular puede escapar al control de los protagonistas. Como ya he relatado anteriormente, yo mismo he investigado casos en los que un exorcismo terminaba con la muerte del supuesto poseso. Y lo más tragicómico de este asunto es que el diablo, como casi siempre, no necesita mover el trasero de su infernal trono. El hombre hace magistralmente su maligno trabajo.
Cuando el equilibrio psíquico, la salud o la propia vida de un ser humano están en juego a causa de la creencia en una posesión, hemos de eliminar primeramente toda posibilidad de que el problema que aqueja a ese individuo sea de tipo psicológico o psiquiátrico antes de dejar paso a ritos esotéricos o exorcismos que probablemente agravarán todavía más el estado mental del sujeto.
En 1992, por ejemplo, un conocido vidente gallego acudía a mí en busca de consejo. Un matrimonio había llegado hasta él a causa de los problemas que sufría su hijo. Según dicho matrimonio, cuya identidad protegeré por razones obvias, el pequeño estaba poseído por los demonios. El muchacho presentaba un comportamiento perfectamente normal hasta el momento en que se tocaba en la conversación algún tema religioso. En ese instante, el niño comenzaba a blasfemar, se revolcaba por el suelo, etc. Los médicos, sin previo examen, achacaban el problema a una travesura infantil; los psicólogos no habían descubierto nada con sus test, y este vidente pedía mi opinión antes de someter al niño a un exorcismo. «Manuel: yo sé que, aunque el niño no esté poseído, con el ritual puede sugestionarse y curarse.»
El vidente, en este caso un conocido charlatán, era consciente de que su ritual no tenía ningún efecto sobrenatural, y el uso del término sugestión evidencia que ni siquiera él creía en el origen diabólico de la posesión.
Mi consejo fue que, antes de realizar ningún ritual extraño, sometieran al niño a exámenes psiquiátricos y neurológicos, ya que el origen del problema podría ser fisiológico y no psicológico. En estos casos la sugestión no sirve, e incluso puede ser contraproducente.
¡Bingo! Cuando se le realizaron varias exploraciones con escáner en el Hospital Xeral de Galicia, se descubrieron lesiones cerebrales que difícilmente iban a sanarse con un ritual mágico. La sugestión realmente funciona ante demonios psicosomáticos, pero no con los fisiológicos. En casos como este, la creencia imprudente en ritos y exorcismos mágicos podría agravar de forma terrible un problema que ha de ser tratado por la medicina, al menos antes de acudir a la magia.