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jueves, 12 de marzo de 2020

HAY OTROS MUNDOS PERO ESTÁN EN ESTE. PRÓLOGO DE MANUEL CARBALLAL




Por primera vez en la historia, 40 investigadores y divulgadores, entre los que se encuentras abogados, preriodistas, geólogos, criminólogos, ingenieros de telecomunicaciones, astrofísicos, secretarios judiciales, arqueólogos, físicos, psicólogos, policías, médicos, historiadores, diplomáticos, etc., se han unido en un proyecto bibliográfico común, cuyos beneficios van integramente destinados a la ONG Médicos sin Fronteras.


Sectas destructivas, y sectas constructivas, pseudo-arqueologia y “misterios históricos”, anomalías, fronteras de la ciencia, sociología de las creencias… son algunos de los temas afrontados por los autores de “Hay otros mundos… pero están en este”. Un libro llamado a convertirse en un referente imprescindible en toda biblioteca.

PRÓLOGO

En 1930, tres años antes del ascenso de Hitler al poder, y dos antes de su exilio voluntario a EEUU, Albert Einstein, que ya era una institución cultural en Berlín tras la obtención del Premio Nobel de física en 1921, escribió un pequeño artículo titulado “Lo que yo creo”. En él afirmaba: 

“La cosa más bella que podemos experimentar es lo misterioso. Es la fuente de toda verdad y ciencia. Aquel para quien esa emoción es ajena, aquel que ya no puede maravillarse y extasiarse ante el miedo, vale tanto como un muerto: sus ojos están cerrados… Saber que lo impenetrable para nosotros existe realmente, manifestándose como la prudencia máxima y la belleza más radiante que nuestras torpes capacidades pueden comprender tan solo en sus formas más primitivas… este conocimiento, este sentimiento, se encuentran en el centro de la verdad religiosidad. En ese sentido, y sólo en ese sentido, pertenezco a las filas de los hombres religiosos devotos”.

El párrafo, al menos las dos primeras frases, han sido citadas en miles de ocasiones por quienes intentan buscar en el genial físico alemán, un argumento en pro de sus propias creencias religiosas. Vano intento. Durante toda su vida Einstein expresó en innumerables ocasiones su desinterés, rozando a veces el desprecio, por toda forma de religión organizada. En la carta escrita por Einstein al filósofo Eric Gutkind, el 3 de enero de 1954, subastada a finales de 2012, lo deja bien claro: “La palabra Dios para mí no es más que la expresión y producto de las debilidades humanas, la Biblia, una colección de honorables pero aún primitivas leyendas que sin embargo son bastante infantiles. Ninguna interpretación, sin importar cuán sutil sea, puede (para mí) cambiar esto…”.


Einstein, a pesar de ser judío, no creía en el Dios del Talmud y la Toráh, ni en el de la Biblia o el Corán. El mismo lo dejó muy claro: “Creo en el Dios de Spinoza que es idéntico al orden matemático del Universo”. Y su reivindicación del misterio, como “la cosa más hermosa que podemos experimentar… fuente de toda verdad y ciencia”, nada tiene de genialidad. Al contrario, es una obviedad. Mucho antes que él, el otro gran referente de la física, Isaac Newton sentenció: “Lo que sabemos es una gota de agua; lo que ignoramos es el océano”.

Nuestro conocimiento científico es exponencial. Cada año, cada decenio, cada siglo, sabemos mucho más que el anterior. El desarrollo tecnológico, las publicaciones especializadas, las bases de datos, cada año más numerosas, hacen que cada día los investigadores tengan más herramientas que sus predecesores, y nuestro conocimiento del universo y de la mente aumente exponencialmente. Nunca antes en la historia de la humanidad, habíamos estado tan cerca del conocimiento. Pero al mismo tiempo, paradogicamente, muchas de las cosas que hoy consideramos reales, serán refutadas por nuestros hijos y nietos. Como nosotros refutamos las creencias de nuestros padres y abuelos.

Hubo un tiempo en que la esfericidad de la tierra, la existencia de meteoritos, la evolución de las especies, la aplicación de la electricidad, la división del átomo, o la relatividad especial, se consideraron supersticiones pseudocientíficas. El dogma consensuado de la época, comprensible por el contexto cultural, científico y social del momento, satanizaban a quienes, como Newton, o Einstein, abogaban por ir más allá de lo conocido. Por indagar al otro lado de las fronteras del misterio. Y es que, y por ello la cita de Einstein es una obviedad, nuestro saber científico, social, o cultural, solo puede avanzar cuando intrépidos aventureros se atreven a ir más allá de lo conocido. Lo que suele implicar el enfrentamiento con la ortodoxia, y la burla, la incomprensión, y el desprecio de los defensores del dogma de la época. Ya lo sentenció el controvertido escéptico, y después converso, Giovanni Papinni: “Hasta las ciencias más adelantadas están saturadas de misterios y de preguntas sin respuesta”.

Investigar lo desconocido

Siempre han existido pensadores inconformistas. Aventureros intrépidos. Curiosos inquietos y rebeldes, que no se han contentado con las respuestas convencionales, que les han tocado en suerte en su época y en su contexto cultural. Por mucho que irrite a sus biógrafos más políticamente correctos, Isaac Newton escribió más de un millón de palabras sobre astrología, alquimia y esoterismo, mientras revolucionaba nuestro conocimiento de la física y las matemáticas, para siempre.

Este libro está escrito por un selecto grupo de esos pensadores inconformistas, curiosos inquietos, y aventureros intrépidos, dispuestos a jugarse su tiempo y su dinero, por descubrir que se esconde más allá de los límites de lo conocido. Hombres y mujeres que, errados o no, intuyen que nuestro conocimiento del hombre y del universo todavía encierra demasiados interrogantes sin solución. ¿Existe vida inteligente en otros sistemas solares? Si es así, ¿es posible el contacto? ¿Acaso ya se ha producido? ¿Existe vida después de la muerte? ¿Posee el cerebro humano más de cinco sentidos?

Intentar responder a esas preguntas, careciendo de más recursos, laboratorios, fondos e instrumental -salvo algunas excepciones- que el entusiasmo, la lucidez y el empeño del investigador, resulta tan utópico como pretender descifrar el orden del universo, observando la caída de una manzana. De hecho es probable que nuestra generación no llegue a encontrar un respuesta irrefutable a ninguna de esas preguntas pero, ¡caray!, es tan estimulante intentarlo. Quizás no lleguemos nunca al final de este camino, pero aprenderemos tanto mientras lo recorremos…

Lo maravilloso de este utópico empeño, investigar lo desconocido, es que exige vocación interdisciplinar. El estudio de las anomalías, por definición, obliga al investigador a familiarizarse con la física, química, sociología, arqueología, astronomía, biología, acústica, aeronaútica, astronaútica, exobiología, meteorología, etc. ¿Puede existir una forma mayor de enriquecimiento intelectual? De hecho es probable que pocos campos de estudio fomenten tanto la concepción renacentista del conocimiento, como el estudio de las anomalías.

Ahora, entre tus manos, tienes el fruto del esfuerzo generoso y desinteresado de casi cuatro docenas de hombres y mujeres, que han dedicado su tiempo, esfuerzo y dinero en investigar diferentes anomalías de la ciencia. Y lo han hecho desde sus diferentes especialidades profesionales (sociólogos, astrofísicos, psicólogos, geólogos, teólogos, lingüistas, médicos, criminólogos, historiadores, juristas, periodistas, etc).

Misterios solidarios

Con frecuencia el estudio de las anomalías, los misterios del universo, la mente y la muerte, son utilizados con fines pseudo-religiosos. Cultos, credos y sectas de todo tipo, intentan argumentar sus dogmas de fe, con interpretaciones pseudo-religiosas de esos fenómenos anómalos. Sin embargo, quienes no creen en más espiritualidad que la social, reniegan de todo dogma estricto y ven en la solidaridad la expresión de esa mística humanista. El mismo Einstein lo definió así: 

“El comportamiento ético de un hombre debe basarse en la solidaridad, educación, y reglas sociales; ninguna base religiosa es necesaria. Sin embargo, el hombre estaría en un lugar pobre, si tuviese que estar restringido al miedo al castigo y a la esperanza de una recompensa después de la muerte”.

Esta es la maravillosa paradoja. En estas páginas no encontrarás homilías, discursos ni propaganda pseudo-mística. No busques argumentos emocionales a prejuicios religiosos. Ni las firmas de gurús, guías o profetas espirituales. Normalmente quienes presumen, carecen.

Por el contrario, los autores de estos textos son, en gran parte, agnósticos, incluso ateos. La mayoría profundos escépticos, en el real sentido etimológico del término. Buscadores que dudan de las respuestas, y por ello continúan investigando. Y a diferencia de la mayoría de esos gurús, guías y profetas, no recibirán otra gratificación, por el esfuerzo, tiempo y dedicación que implican sus aportaciones a este libro, que la satisfacción de saberse parte de un proyecto común. Tal vez las páginas de esta obra no resuelvan todos los misterios que nos rodean, aunque te aseguramos que en muchos casos nos acercarán mucho más a la verdad de algunos de ellos. Pero en el peor de los casos contribuirán a que otras personas, menos favorecidas que nosotros, reciban una ayuda más necesaria que nunca. Y como decía Einstein, sin “miedo al castigo” ni por “la esperanza de una recompensa después de la muerte”. Quienes se dicen religiosos, místicos y espirituales, y algunos grandes divulgadores demasiado ocupados para utopías sociales, deberían tomar ejemplo.

Esta iniciativa, encabezada por David Cuevas y Carlos Fernández, sigue una forma de entender el misterio, que se inició en 1992, en el norte. Cuando un grupo de investigadores, inconformistas, decidieron que los discursos pseudo-espirituales que suelen aderezar los eventos paranormales, eran pura hipocresía si no se concretaban en una realidad social. Aquel primer congreso benéfico sobre fenómenos anómalos, celebrado en 1992 reunió, como este libro, a algunos de los nombres más relevantes del momento en el campo de las anomalías. Benítez, Argumosa, Blanco, Carrión, Sixto Paz… Todos aportaron al evento sus conocimientos, sin recibir ninguna gratificación económica a cambio. Algunos, como Benítez, incluso corrieron con los gastos de alojamiento y desplazamiento, para abaratar las costas a la organización. Todos donaron desinteresadamente su participación al primer congreso 100% benéfico sobre misterios. Todos salvo uno. Sixto Paz, el místico representante del movimiento contactista New Age fue el único que amortizó económicamente su participación. Paradojas de la espiritualidad.

Por fortuna aquel primer guante no cayó en el olvido, y fue recogido por otros investigadores y divulgadores, que creen en esa forma de espiritualidad social, y que tomaron el relevo. Otros eventos solidarios sobre anomalías se han celebrado desde entonces. Y personajes como David Ortega, Rafael Campillo, David Cuevas o Carlos Fernández, se ocuparon de mantener viva la llama de esa manera de entender el misterio, durante los últimos veinte años.

Más tarde algunas editoriales, como Corona Borealis o Minotauro, trasladaron la idea al mundo de los libros. Reuniendo en volúmenes relacionados con el misterio, a firmas de prestigio, que renunciaban –como en este libro- a todo derecho de autor, destinando los beneficios a organizaciones humanitarias como Médicos sin Fronteras o la Fundación Vicente Ferrer. Pero, sin ninguna duda, si alguna editorial ha ejemplarizado esta forma de entender la espiritualidad y el estudio de las anomalías, es Ediciones Cydonia. Este libro solo es el último ejemplo.

Mientras videntes, contactados, místicos, gurúes e iluminados llenan sus discursos mesiánicos y apocalípticos, sus cursos y meditaciones colectivas, sus “avistamientos previa cita” y sus retiros espirituales, de mensajes de paz y amor, un grupo de investigadores, más críticos que visionarios, hacen realidad esos mensajes. Willian Booth, el fundador del Ejército de Salvación dijo: “un estómago vacío no puede pensar en Dios”… ni en extraterrestres. Y aunque otro mundo es posible, nadie va a construirlo por nosotros. Ni espíritus, ni extraterrestres, ni hermandades blancas, ni ángeles, ni Dios… Carlos Fernandez, y ediciones Cydonia lo comprendieron hace años, haciendo compatible la investigación más crítica y rigurosa de los fenómenos anómalos, con esa forma social de entender la espiritualidad. No hay otra.

Comienzas ahora un viaje fascinante, revelador y en ocasiones profundamente desmitificador, a través de los fenómenos más extraños, insólitos e inexplicados del misterio. Fenómenos aéreos no identificados, sucesos paranormales, cultos extraños, conspiraciones, anomalías históricas, fraudes pseudo-científicos… Un viaje a otros mundos, que como sentenció el poeta francés Eugène Grindel (Paul Eluard), están en este.



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