A la izda, el autor caminando descalzo sobre las brasas de una tonelada de leña,
como parte del experimento de pirovasia. (Foto © Archivo EOC).
A la derecha, curandero.
Los reclamos en los stands de cualquiera de los festivales esotéricos que se celebran anualmente en España son sorprendentes. «¡Oferta: carta astral y lectura de manos por solo treinta euros! Y, de regalo, ¡talismán de la fortuna!» «Limpia tu aura por solo veinte euros.» «Leo el futuro y el pasado; soluciono todos los problemas. Garantizado»… Los ejemplos son interminables. Y profundamente tristes, por el pobre lugar en que dejan a los viejos saberes ocultos. Si Nostradamus levantase la cabeza en cualquiera de los mercadillos esotéricos, probablemente ingresaría en una asociación racionalista de escépticos en el acto.
Si los responsables de los stands plantean su tenderete como lo que es, un negocio como otro cualquiera, poco puede reprocharse. Estos profesionales de lo oculto, igual que un médico, un científico, un sacerdote o cualquier otro profesional, trabajan por dinero. Pero el problema surge cuando se utilizan las ilusiones, las esperanzas o inquietudes del cliente para lucrarse amoralmente.
«Limpieza de aura.» «Recuerde sus vidas anteriores.» «Purificación del karma.» Resulta alucinante detenerse un instante a leer los folletos de los cursillos de fin de semana que los más activos «gurús de la nueva era» imparten por toda España. Por precios que oscilan entre los treinta y los cuatrocientos euros, estos «nuevos profetas» nos garantizan un crecimiento espiritual en tan solo cuarenta y ocho horas.
Absolutamente boquiabierto seguía los argumentos de Susi C., líder del grupo Sirio, en la presentación del Curso de Preparación Energética para la Nueva Era, que se imparte en varias poblaciones españolas. En estos cursos, como en docenas de otros similares, los extraterrestres, Jesucristo, el aura, las reencarnaciones, los ángeles, los demonios, la limpieza astral, los rayos manásicos, la confección de elementos energéticos y los huevos áuricos se presentan al incauto que cae en la trampa como una auténtica «ciencia astral» por módicos (y no tan módicos) precios.
Cursillos de fin de semana como los que ofrece Sirio se celebran en todo el país. Lo que a brujos, chamanes, sacerdotes, monjes o iniciados de todas las culturas les ocupa vidas enteras dedicadas al estudio, experimentación y renuncia, es ofrecido por estos «profetas de la nueva era» en cursos de cuarenta y ocho horas. No importa que la moda sea el budismo, el hinduismo o la mística de los indios americanos. Será fácil embriagar al occidental hambriento de espiritualidad con los atractivos y exóticos argumentos de la new age. En los casos más vergonzosos, llegan a utilizarse trucos de ilusionismo o sencillos fenómenos físicos para impresionar a los incautos.
En julio de 1993 nos propusimos desenmascarar uno de esos fenómenos, que algunos «gurús exportados» pretenden hacer pasar por místicos para fascinar a sus devotos: la pirovasia.
Esta consiste en caminar descalzo sobre brasas; una costumbre practicada, siempre en el contexto religioso, en muchas culturas. Desde la fiesta del fuego de Filipinas a los adoradores de Shiva en la India, pasando por los devotos de la Virgen de la Peña en San Pedro Manrique (Soria), hay muchos lugares donde se usa el fuego como una prueba de la devoción a tal o cual divinidad. En la actualidad, en Europa y Estados Unidos algunos listillos utilizan esta espectacular experiencia para demostrar su «espiritualidad». Solo unos pocos especialistas en pirovasia, con admirable sinceridad, la plantean como lo que es: una prueba del poder de la voluntad que nada tiene que ver con dioses extraños.
Uno de esos especialistas éticos es Mika Widmanska. Con su ayuda, y tras quemar una tonelada de leña, realizamos una alfombra de brasas de cinco metros de longitud que cruzamos descalzos siete personas ante las cámaras de la Televisión de Galicia. Los siete —el número fue una pura coincidencia— cruzamos la alfombra sin motivaciones religiosas, espirituales o trascendentes. Tan solo intentando demostrar que cualquier persona puede hacer lo que se atribuyen en exclusiva un puñado de pseudomaestros de la nueva era. A las pruebas me remito.
Fenómenos como este, y hasta meros trucos de ilusionismo, fueron utilizados por los pseudoprofetas modernos para engatusar a sus devotos.
Casos como el del «extraterrestre» Boronat o la reencarnación del profeta Elías en la persona de Juan Esther son solo un par de ejemplos.
Lamentablemente, en ocasiones la devoción es tan fuerte que ni siquiera las evidencias más sólidas pueden eclipsar la fe de quienes eligen el camino del corazón.
Hasta la fecha, yo he realizado, escrito o dirigido varias series de televisión relacionadas con fenómenos paranormales. En varias ocasiones dedicamos uno o varios capítulos a los fraudes parapsicológicos, reproduciendo a través del ilusionismo supuestos fenómenos paranormales.
Yo me «he comunicado con los espíritus», «he recibido mensajes telepáticos», «he doblado metales» o «he movido objetos a distancia» a través del mentalismo, especialización del ilusionismo que reproduce supuestos fenómenos paranormales.
Naturalmente, después de cada demostración, y a diferencia de otros supuestos dotados, tanto yo como los ilusionistas que participamos en estos programas explicamos que tales prodigios no son más que efectos del mentalismo. Lógicamente, no podemos explicar trucos que son el modus vivendi de los profesionales de la prestidigitación. Sin embargo, sí advertimos que tales efectos nada tienen de sobrenatural. Sorprendentemente, en muchas ocasiones, algunos de los presentes, sobre todo los más fervientes devotos del misterio, se han negado a aceptar la explicación: «Que no, don Manuel; que ustedes tienen poderes, pero no quieren reconocerlo».
Cualquier distribuidora o fabricante de efectos mágicos presenta en su stock gran cantidad de efectos paranormales: las pizarras espíritas, el palo telecinético, las cartas Zener, gran variedad de levitaciones de objetos y personas… La lista es interminable. A la vez, cada truco puede evolucionar de mil formas, presentándose como otros fenómenos. De ahí la gran importancia de que todo equipo de investigación paranormal cuente con un ilusionista entre sus asesores, o bien que los mismos investigadores tengan un mínimo de formación en prestidigitación.
Absolutamente todos los fenómenos paranormales, en mayor o menor medida, pueden ser reproducidos a través del ilusionismo. Aunque también es cierto que ningún ilusionista puede reproducir un efecto sin contar con unas condiciones mínimas que, en teoría, los controles parapsicológicos deberían prevenir para evitar los fraudes.
Sería demasiado extenso relatar los trucos y efectos mágicos que se han hecho pasar por fenómenos auténticos a lo largo de la historia. Ya se ha dado el caso de algún ilusionista profesional que se ha hecho pasar por sensitivo -aprovechando la ingenuidad, confianza y falta de conocimiento del mentalismo- ante más de un parapsicólogo.
Justo es reconocer que otros ilusionistas se han profesionalizado en el ataque al mundo de lo paranormal. Siendo mediocres como prestidigitadores, han encontrado un filón económico y de reconocimiento personal erigiéndose como «nuevos Houdinis», dedicándose profesionalmente a demostrar que los fenómenos paranormales no existen. Como siempre, los extremos se tocan.
Entre los timos esotéricos más populares abundan los relacionados con la salud. Es importante resaltar que muchos falsos sanadores o gurús se sirven de sencillos trucos para ganarse la confianza de sus clientes, y así poder recetar largos tratamientos.
En la primera consulta, el magnetizador de turno se ofrece a hacerle al cliente un «test de sensibilidad», le somete a una relajación o incluso puede sorprenderle con los más elementales test de hipnosis: caída hacia atrás, rigidez del brazo…
El consultante, absoluto lego en la materia, quedará impresionado por tan ridículos fenómenos y aceptará sin rechistar el tratamiento recetado.
Debemos tener en cuenta que estos test básicos de hipnosis, acupuntura (presentada como una demostración de anestesia psíquica) o meros efectos del mentalismo (quemaduras con cigarros que no duelen, pseudofaquirismo, etc.) pueden aprenderse en cualquier manual elemental y ser utilizados posteriormente para engañar a cándidos clientes.
En estos casos, el grado de desesperación del enfermo es la herramienta de trabajo para el manipulador, y una de las manipulaciones más recurrentes en la new age, ejecutada por gran número de sanadores, curanderos, magnetizadores y médicos alternativos.
Recuerdo las palabras del padre de una joven enferma, diagnosticada como incurable por la medicina: «Cuando tu hija tiene cáncer y tú crees que existe una posibilidad entre un millón de que un sanador la cure, vendes todo lo que tienes y pagas lo que sea, porque esa esperanza de curarla no se puede pagar con todo el dinero del mundo…». Esa esperanza de curación es justamente el mejor aliado de los estafadores médicos.
Basta ojear la sección de anuncios de cualquier publicación para encontrar el reclamo de ofertas esotéricas a todos los males de salud, desde tratamientos cromoterapéuticos de hemorroides hasta diagnósticos numerológicos del sida. Todo vale.
José Antonio Gómez, responsable de un próspero negocio familiar, me contaba su experiencia con la popular vidente zamorana Esther. «Según ella, tenía que hacer un trabajito para devolver la salud a ese paciente, pero tenía que irse a Tenerife para poder hacerlo, ya que era algo relacionado con un lugar de poder, o algo así. Hubo que pagarle el viaje de ida y vuelta, la estancia allí y gastos, además de sus honorarios.»
Pero ¿cómo demonios alguien puede caer en este tipo de estafas? Pues de la misma forma en que continuamente somos manipulados por otros profesionales del sistema. ¿Cuántos escándalos por venta de recetas o tráfico de fármacos se han dado en la medicina? ¿Cuántos engaños políticos se han destapado en nuestra sociedad? ¿Cuántos fraudes científicos se han descubierto en aspirantes a subvenciones oficiales?
¿Quiere eso decir que todos los médicos, políticos o científicos son unos estafadores? Creo que la respuesta es obvia. La diferencia es que con estos profesionales la exigencia de una titulación académica es una primera medida preventiva contra el fraude. Por el contrario, en las profesiones de la new age cualquier individuo puede autotitularse sanador, vidente o directamente Dios, con la mayor impunidad.