"Yo comencé en estos temas precisamente leyendo a Lobsang Rampa. Ya sabes, el del tercer ojo. Pues me leí todos sus libros. La verdad es que, en aquella época, yo me creía todo lo que decía. Gracias a aquellas historias fantásticas sobre los lamas, la reencarnación, los monasterios del Tíbet y la apertura del tercer ojo, yo me empecé a interesar por el esoterismo, los ovnis y todos estos temas. Gracias a aquellos libros cambió mi vida. Y años después, cuando me enteré de que Lobsang Rampa era en realidad hijo de un fontanero británico llamado Hoskin y que jamás había estado en la India, las cosas no cambiaron. Tal vez lo que contaba no fuese cierto, pero gracias a aquellos libros yo conocí a un montón de gente fantástica y un mundo increíble que, de no haber sido por ellos, jamás habría conocido… A través de esos libros, reales o no, yo tuve mis propias experiencias y aprendí muchas cosas, empezando por mí mismo…".
Mi interlocutor no es otro que el popular periodista Miguel Blanco, director del programa Espacio en blanco, que tanto ha influido en la divulgación esotérica en España. Sus palabras son todo un motivo de reflexión, porque nos muestran cómo un turbio episodio de la historia esotérica puede tener resultados enriquecedores.
Decía la vieja máxima del templo de Delfos: «Conócete a ti mismo y conocerás el universo». Supongo que cualquier estímulo es lícito para iniciar ese autoconocimiento, siempre y cuando no pase de ser solo eso, un estímulo para iniciar una aventura personal en busca de respuestas a nuestras preguntas más íntimas y esenciales. Lo paradójico del caso es que solo continuaremos nuestra búsqueda mientras existan preguntas sin respuestas. El día en que creamos haber encontrado todas las respuestas, detendremos nuestra evolución.
De alguna forma, esto es lo que les ocurre a los adeptos a todas las sectas, logias o hermandades esotéricas. Ellos ya han encontrado el final del camino. Ya conocen el porqué de su encarnación en este momento o el plan de redención extraterrestre, o al «auténtico» Dios… ¿Quién puede reprochar esa opción?
Sin embargo, y por desgracia, en la mayoría de las ocasiones esa armonía y paz del espíritu que proporciona el creer haber encontrado las respuestas es solo temporal. Esto ocurre cuando se deposita toda la fe en un gurú, en una filosofía o en una agrupación esotérica determinadas, y descubrimos con el tiempo que no es más que una proyección de nuestros propios deseos o prejuicios.
Igual que un viaje en tren, el viaje hacia el conocimiento sigue una vía con numerosas estaciones. En cada una nos enriquecemos más y adquirimos nuevos conocimientos. Pero si algún día nos apeamos, ya no podremos enriquecernos con lo que nos aguardaría en la estación siguiente. Por esa razón conviene mantener una prudente duda de todo lo que veamos, leamos, e incluso experimentemos en el mundo del misterio. Un mundo en el que las cosas casi nunca son lo que parecen. Y en el que nuestro mejor aliado será nuestro sentido crítico.
Con serena lucidez, todo aquello que nos enriquezca puede ser positivo, siempre y cuando seamos nosotros quienes podamos mantener en todo momento el control de nuestras propias decisiones. Por eso la prudente duda es una herramienta positiva, ya que mientras haya duda, habrá inquietud por seguir buscando y enriqueciéndose.
Las prácticas que generan dependencias, las creencias obsesivas y, por supuesto, las filosofías que atenten contra nuestra propia naturaleza, resultan desaconsejables. Claro que todos somos libres de equivocarnos y así aprender de nuestros errores… siempre que estos no nos cuesten la vida.
Como apuntaba Miguel Blanco, incluso fábulas fantásticas como las imaginadas por C. H. Hoskin (Lobsang Rampa), el ilusorio mundo subterráneo de Juan Moricz, el falso chamanismo de Carlos Castaneda o los extraterrestres imaginarios en el pasado de Erich von Däniken pueden despertar nuestras inquietudes intelectuales y motivar la sana curiosidad por conocer.
Sin embargo, la credulidad irracional y el exceso de fe en tan fantásticos casos costó serios disgustos a más de un aprendiz de lama que, como indicaba Rampa, intentaron abrir su tercer ojo clavándose una cuña de madera en la frente. Otros se jugaron la vida viajando a la Cueva de los Tayos influenciados por Moricz y existe quien se suicidó intentando saltar a la «segunda atención» de la que habla Castaneda…
Los crédulos que narran historias fantásticas no mienten, sino que viven consecuentemente con su creencia y la inculcan a las personas de su entorno cercano. Así se transmiten, en una cadena de creencias contagiadas, muchos de los mitos que aún persisten en el mundo del misterio.
Esos mitos, cada vez más asentados en nuestra sociedad, condicionan la vida de miles de personas. Hombres y mujeres que encuentran en la creencia del más allá y la comunicación con otras entidades la esperanza de un futuro mejor. Una esperanza capaz de dar sentido a sus vidas, y que acaso motive inquietudes intelectuales que, de otra forma, serían lapidadas por la dejadez e inercia de un mundo consumista que nos dicta lo que debemos comer, vestir, pensar y sentir.
Pero esa inquietud no será más que un conato de evolución ahogado si muere antes de empezar a sustituir los dogmas religiosos o sociales tradicionales por los dogmas esotéricos de moda. De poco sirve que sustituyamos la misa del domingo o la asamblea del partido político de turno por una sesión de yoga o un cursillo de purificación del aura, si nuestro libre albedrío es entregado a las nuevas «verdades absolutas» que suponen muchos credos esotéricos.
Hasta aquí me he limitado a exponer algunos de los riesgos que entraña el mundo del esoterismo, sin necesidad de argumentar la existencia de entidades extrañas, poderes sobrenaturales o energías misteriosas. Las dependencias, obsesiones y estafas motivadas por el esoterismo se dan, en principio, por culpa de la mala información y la falta de sentido crítico. Es decir, por nuestra propia mente. Si además decidimos aceptar que puedan existir demonios, malos espíritus o energías nocivas, debemos concienciarnos doblemente de la necesidad de una exquisita prudencia a la hora de introducirnos a fondo en este mundo.
Pero, pese a todo lo que yo pueda decirte, amigo lector, al final serán tus experiencias personales las que realmente te proporcionarán seguridades irrefutables a favor o en contra de cualquier afirmación intelectual sobre el mundo invisible. Aquí comenzará tu aventura que, como toda experiencia trascendental, será personal e intransferible. Y si estas páginas han despertado tu prudencia y tu sentido crítico, habrán cumplido su cometido.
Ciertamente, el mundo del misterio es un campo fascinante y potencialmente enriquecedor desde los puntos de vista intelectual, filosófico, cultural y existencial, pero tan anárquico, escurridizo y desconocido que la duda prudente es la única salvaguardia de nuestra cordura. Duda de todos y de todo, incluso de este libro. Porque yo podría haber estado engañándote, o quizá estar equivocado en mis afirmaciones. Y no sería justo que tales errores o creencias causasen perjuicio a otras personas.
En la serie Expediente X, el ficticio agente del FBI obsesionado con los casos paranormales proclama: «Yo quiero creer». Yo también quiero creer… pero no que me engañen.