Hijo del trueno, San Juan, el discípulo más querido por Jesús, siguió los pasos del Nazareno desde muy joven. A su muerte se convirtió en un pilar básico de la nueva doctrina emergente, lo que le hizo ser perseguido con saña por Roma.
Juan fue el más joven seguidor de Jesús de Nazaret y asistió a los más importantes eventos de su vida.
El suyo fue el último de los evangelios escritos, pero también fue autor del libro más extraño de la Biblia, el Apocalipsis, que predice la llegada del Anticristo.
Trabajaba como pescador, era discípulo del Bautista y el Nazareno le invitó a seguir siéndolo, pero no al uso, sino que le pidió que se convirtiera en “pescador de almas”. San Juan era el apóstol más joven; se calcula que apenas contaba 17 o 18 años en el tiempo de la vida pública de Jesús de Nazaret. Natural de Betania, hijo de Zebedeo y Salomé, y hermano de Santiago, fue uno de los temperamentales “hijos del trueno”, apelativo que denota su amor joven y sincero por el Mesías.
Tercero en la lista de los apóstoles reunidos por Jesús, fue testigo, junto con Pedro y Santiago, de cuatro grandes hechos relatados en su evangelio: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, el prendimiento de Getsemaní y la crucifixión, a la que asiste, al pie de la cruz, hasta el momento de la muerte del Mesías.
El cuarto evangelio
A partir de ahí, comienza a predicar su mensaje por Asia Menor. Y, junto a Pablo y Pedro, acaba por convertirse en uno de los pilares fundamentales de la Iglesia. Fue autor, amén de su evangelio, de tres epístolas y del Libro de Revelación o Apocalipsis, que le fue revelado durante su destierro en la isla griega de Patmos tras ser detenido por el emperador Domiciano. Después de la muerte de quien pudo ser su verdugo, ocurrida en el año 96, San Juan pudo regresar a Éfeso, y es creencia general que fue entonces cuando escribió su evangelio.
Es decir, es suyo fue el único que se escribió tras haberse cumplido la profecía de Jesús que auguraba la destrucción de Jerusalén, saqueada por Tito en el año 70.
Ya en los primeros versículos de su relato, el apóstol más joven de Jesús, relata la relación existente entre el Padre y el Hijo, indicando que el Verbo estaba en un principio con Dios y que se convirtió en “la luz de los hombres”.
Juan es el único que cita Canaán y el discurso de la Última Cena. Lo hace utilizando término judío ya que él también se dirige a los cristianos de origen pagano y, al contrario que otros evangelistas, desarrolla su exposición, a lo largo de 20 capítulos y un apéndice, siguiendo un orden cronológico –que por cierto, no recoge todos los hechos de la vida de Jesús, sino aquellos que sirven para sustentar la divinidad de Jesús- que podríamos resumir según el siguiente esquema:
- Prólogo o “síntesis adelantada”.
- Revelación privada.
- Revelación pública
- Consumación de esa Revelación
No se cita expresamente en su texto (sin embargo, los otros tres lo mencionan un total de 19 veces), pero menciona al “discípulo bienamado”, Juan en realidad, aquel que durante la Última Cena que precede a la captura en Getsemaní “reclina la cabeza en el regazo del Maestro”, lo que indica la especial cercanía entre ese discípulo y Jesús.
A prueba
El “discípulo bienamado” asistió al primer concilio cristiano, celebrado en Jerusalén en el año 50. Según Tertuliano, Juan fue sometido a la prueba del aceite hirviendo ante la puerta latina de Roma, pero salió milagrosamente airoso de la misma, más sano que antes, dicen algunos fieles. Y es que aquella tortura, que pretendía buscar la muerte de San Juan, consistía en verter sobre su cuerpo una olla hirviendo de aceite. Muchísimo después, superó otra prueba: una comisión bíblica en 1907 concluyó que el apóstol fue el verdadero autor del libro que lleva su nombre, aunque esta opinión no es compartida por todos los expertos.
Predicó en Palestina y murió en Éfeso hacia el año 100. Y ya inmediatamente después de su muerte, los primeros cristianos aceptaron su relato evangélico entre los textos considerados como revelados.
El misterio del Apocalipsis
Fue durante su destierro en Patmos allá por el año 96 del primer siglo de nuestra era cuando San Juan escribió El libro de Revelación o Apocalipsis. Se trata de una obra simbólica y de complicada interpretación que –en principio- tenía por objeto arengar a los primeros cristianos en el convencimiento profético de la nueva llegada del Mesías. Aunque -en segundo lugar- no pocos apuestan porque se trata de una obra que augura catástrofes y tribulaciones para un tiempo futuro...
Sin duda, el asunto más preocupante y abierto a todo tipo de interpretaciones es el relativo a la Bestia del Apocalipsis, a quien le atribuye un número: 666. ¿A qué o quién se refiere? Mientras para unos es el número que se identifica con el Anticristo, cuya llegada no pocos esperan para este tiempo que vivimos, para otros, la Bestia fue Nerón, emperador romano cuya clave numérica asociada a su nombre es el citado 666. Sin embargo, el texto pudo ser manipulado, ya que es posible que San Juan hubiera dejado por escrito el número 661, pero la identificación con la Bestia que algunos hicieron de Nerón habría provocado esa ligera manipulación.