Algunos lo han denominado el evangelio de los milagros. Sobre ellos escribe con intensidad en su texto, el primero de los cuatro evangelios canónicos. Quizá conoció siendo muy joven a Jesús, pero su principal fuente de información fue Pedro, que le bautizó y a quien consideraba su hijo.
Se supone que Marcos era un discípulo lejano de Jesús que desde muy joven siguió al Nazareno y a los apóstoles, con quienes tuvo una intensa relación personal.
“Un joven, cubierto con una sábana, seguía a Jesús. Le echaron mano, pero él, soltando la sábana, se escapó desnudo (Mc. 14, 51-52)”.
El Nazareno acababa de ser prendido en Getsemaní por los siervos del Sumo Sacerdote, Caifás. Y, en medio del desconcierto y los nervios, apareció aquel muchacho que sólo un evangelista cita, San Marcos.
Pues bien, para más de un estudioso, aquel joven era el mismo evangelista, de quien se supone era un discípulo lejano de Jesús que desde muy joven siguió al Nazareno y a los apóstoles, con quienes, eso sí, tuvo una intensa relación personal.
Discípulo de Pablo y Pedro
Fue discípulo de Pablo y, fundamentalmente, de Pedro, de quien oyó “los dichos y hechos del Señor”. Al primero lo acompañó en sus viajes apostólicos a Chipre y Asia Menor y del segundo fue intérprete, tal y como nos consta gracias al historiador Eusebio, ya que el apóstol hablaba hebreo y griego pero no latín.
Al margen de esto, sabemos que Marcos nació en Jerusalén y que su casa familiar sirvió de lugar de reunión para los primeros fieles cristianos y para los apóstoles. En ella se refugió Pedro al ser liberado de la cárcel, y allí mismo bautizó a nuestro protagonista, a quien llama “mi hijo”. Precisamente una década después de acompañar en sus viajes apostólicos a Pablo, reapareció en la cárcel junto a Pedro, convirtiéndose en el redactor de sus recuerdos.
Marcos, un judío latino, escribió para los paganos convertidos al cristianismo, empleando términos arameos y utilizando un griego popular, no cultista. Su evangelio fue escrito entre los años 60 y 67, probablemente tras los martirios de Pedro, en el año 64, y de Pablo, en el 67. Más tarde, no. Y es que en su texto cita la profecía sobre la destrucción del templo de Jerusalén, que se produciría en el año 70.
Milagros: señal divina
Para Gonzalo Puente Ojea, autor de un erudito estudio sobre Marcos, los creyentes ignoran al Jesús descrito por Marcos, más divino que humano, como al descrito por los otros evangelistas, e “ignoran el saltus que se produjo entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. Esta persistente ignorancia salva a la Iglesia del colapso...”
El evangelio de Marcos es el más breve de los cuatro. Tiene, apenas, 16 capítulos, aunque en algunas traducciones de este incluyen una conclusión larga y otra corta, aunque éstas no figuran en los manuscritos más antiguos como el Sinaítico y el Vaticano 1209.
Aún siendo el mas corto, es –en principio- el más antiguo, ya que Mateo y Lucas parecieron haber contado con él antes de escribir sus respectivos libros. No está escrito con preocupación por el estilo literario, sino que prefiere la vivacidad en el relato de los hechos. Tampoco se preocupa en exceso por seguir un orden cronológico, sino que su evangelio está redactado a modo temático, agrupando los hechos de Jesús siguiendo una estructura dividida en varias secciones:
-Aparición de Cristo
-Viajes con los Apóstoles
-Discurso escatológico
-Pasión
-Resurrección, el milagro por excelencia.
En cuanto al contenido doctrinal de su texto evangélico destacan los siguientes puntos teológicos:
-Nos sitúa directamente ante el Jesús-Dios por encima del Jesús-hombre.
-Prescinde de largos discursos y no tiene muchas enseñanzas sobre la vida de la Iglesia, porque el suyo es un relato de hechos.
-Sólo contiene el discurso escatológico y las grandes parábolas.
-Aporta muchos detalles en su vivaz relato del trato con Jesús y los apóstoles.
-Cristo exige la fe antes –y no después- de los milagros, sin embargo pone énfasis en ellos, aportando dos que no se citan en los otros tres, para ilustrar a los cristianos de Roma y poner de manifiesto la divinidad de Jesús.
En una especie de epílogo piadoso a la trágica pasión y martirio del Mesías, Marcos pone en labios del centurión la famosa –y dudosa- sentencia:
“Verdaderamente era Hijo de Dios...”
Ésa fue la idea que quiso transmitir.