"Nganga quiere decir muerto, espíritu. Nganga es lo mismo que Nkisi, que Vrillumba, espíritu de otro mundo. Misterio. Y para que un hombre pueda ser lo que se llama un brujo de verdad, malo o bueno, Nganga Inzambí o Nganga Ndokí y hacer las cosas que hacen los brujos, tiene que ir al monte y al cementerio: tiene que ser dueño de una nganga, de un muerto". La célebre autora Lidia Cabrera, en su obra más conocida: "El Monte" (Editorial Letras Cubanas. La Habana 1993), deja muy clara la vinculación de las ngangas, los calderos del palero, con los muertos.
Todo oficiante de la Regla de Palo Monte ha de poseer una nganga, un caldero de hierro que, cual condensador de energías, simboliza todos los elementos del universo en su interior. Los calderos del palero contienen elementos vegetales, minerales, animales y, como no, restos humanos. Según los paleros cada nganga tiente "contratado" un muerto, un espíritu que habrá de ejecutar las órdenes del palero. "De Angola nos viene a los criollos la picardía de apoderarnos de un difunto para que sea nuestro socio" -escribía Baró- y otros autores caribeños confirman esa costumbre entre los "brujos" cubanos, importada de Africa durante la trata de esclavos.
Todo oficiante de la Regla de Palo Monte ha de poseer una nganga, un caldero de hierro que, cual condensador de energías, simboliza todos los elementos del universo en su interior. Los calderos del palero contienen elementos vegetales, minerales, animales y, como no, restos humanos. Según los paleros cada nganga tiente "contratado" un muerto, un espíritu que habrá de ejecutar las órdenes del palero. "De Angola nos viene a los criollos la picardía de apoderarnos de un difunto para que sea nuestro socio" -escribía Baró- y otros autores caribeños confirman esa costumbre entre los "brujos" cubanos, importada de Africa durante la trata de esclavos.
A través de una compleja ceremonia ritual, el difunto elegido por el palero, queda vinculado para siempre a su caldero. Y si el palero respeta su parte del trato y "alimenta" puntualmente a su nganga, esta ejecutará obedientemente todas sus órdenes...
Esa alimentación comienza el mismo día en que el palero, o palera, acude al cementerio para "contratar" a "su" muerto.
En la villa colonial de Trinidad, unos 350 kilómetros al sur de La Habana, Rosa Sánchez, una sorprendente mujer que combina la Regla de Ocha con la Regla de Palo Monte, nos explica que "hay que ser hombre muy hombre, y mujer muy mujer" para iniciarse en el Palo Mayombe. Durante la iniciación el neófito debe infringirse el "rayado", una serie de cortes y mutilaciones que habrá de soportar sin una queja. Pero la verdadera prueba llegará cuando, en la soledad del cementerio, deba nuevamente autoproducirse una serie de cortes en cruz para regar con su sangre el pacto hecho con el muerto que invita a morar en su nganga. Según los ancianos esta es una práctica arriesgada, "ya que el muerto puede acostumbrarse a la sangre humana y no conformarse después con la sangre de los animales sacrificados".
Es evidente que el palero ha de poseer una buena dosis de valor para confeccionar su nganga, pero eso no es suficiente. También ha de poseer los conocimientos que, de generación en generación, son trasmitidos para poder confeccionar correctamente una nganga. Un complejo proceso que muy pocos conocen, ya que sobre él ha existido siempre un riguroso hermetismo.
La confección de los calderos del poder se ha mantenido en secreto a lo largo de muchos años, precisamente por las connotaciones delictivas -como la profanación de restos humanos- que conlleva.
Hacia 1812 y siguiendo una práctica de uso en Sevilla el gobierno español autorizó la creación de una original institución en Cuba; el cabildo negro. Como detalla el profesor Enrique Sosa, el cabildo negro preservó y difundió creencias, costumbres, ritos, ritmos musicales, lenguas de varias etnias africanas, etc. Sin embargo, mientras en el cabildo lucumí -trasmisor de la religión Yoruba, Regla de Ocha y Santería- las soperas y tazas bola de los santos, y demás ornamentos de los altares a los orichas estaban a la vista del público, en el cabildo congo ninguna ceremonia religiosa permanecía a la vista. Todo se hacía con total discreción, y sobretodo oculto a los ojos del hombre blanco.
De hecho, todavía hoy, las ngangas son el mayor secreto del palero, y podemos dar fe de ello. Esteban Valdés es un conocido babalao y palero de Guanabacoa. El nos ha iniciado en la toma de santo, y a pesar de haber visitado su templo en más de seis ocasiones, no fue hasta nuestro último viaje que nos permitió ver -que no fotografiar- su nganga. Tras pedir permiso al muerto respetuosamente, y aceptar este que nos mostrase su morada, Esteban nos condujo a un lugar secreto en su templo. Su imponente caldero, presidido por un tenebroso cráneo obtenido en el legendario cementerio de Guanabacoa (la "mata de la brujería cubana"), se encontraba oculto en una especie de despensa secreta en un rincón de sus casa. Un gran candado sellaba la puerta del pequeño habitáculo de miradas indiscretas, y muy pocos habían tenido la fortuna de poder ver el temible caldero de nuestro padrino.
Pero los orichas nos serían propicios, y otros paleros no solo nos permitirían ver sus ngangas, sinó que incluso podríamos fotografiarlas y consultar su poder...