Kurt Schneider, un clásico en la historia de la psiquiatría, estandarizó una definición de psicópata que ha perdurado hasta la actualidad. Para Schneider, psicópatas «son aquellas personalidades anormales que, a causa de su anormalidad, sufren ellos o hacen sufrir a la sociedad».
Distintas escuelas e investigadores han intentado clasificar diversos tipos de personalidades psicopáticas: Ernst Kretschmer, la Clasificación internacional de enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud o el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, entre otros.
Incluso Kurt Schneider realizó una clasificación de diversos tipos de conducta psicopática desde el punto de vista criminológico, que resulta eminentemente práctica. Sus diez tipos de personalidades psicopáticas derivan en conductas asociadas típicas, y muchas de ellas pueden encontrarse repetidamente en la casuística criminal esotérica.
Distintas escuelas e investigadores han intentado clasificar diversos tipos de personalidades psicopáticas: Ernst Kretschmer, la Clasificación internacional de enfermedades (CIE) de la Organización Mundial de la Salud o el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, entre otros.
Incluso Kurt Schneider realizó una clasificación de diversos tipos de conducta psicopática desde el punto de vista criminológico, que resulta eminentemente práctica. Sus diez tipos de personalidades psicopáticas derivan en conductas asociadas típicas, y muchas de ellas pueden encontrarse repetidamente en la casuística criminal esotérica.
— Psicópata con afán de notoriedad. Tiene una personalidad mudable, llamada «personalidad de cebolla» por las cáscaras cambiantes que presenta. Conocido como mitómano, tiene unas grandes capacidades interpretativas. Es temible por sus cualidades para la mentira. Muchos contactados, médiums y líderes de movimientos esotéricos podrían entrar en este apartado.
— Psicópata explosivo. Transforma su pensamiento en acto inmediatamente, sin medir las consecuencias. La respuesta ante estímulos pequeños puede ser exagerada y altamente violenta. Determinadas prácticas esotéricas, como la ouija, el espiritismo, etc., pueden convertirse en bombas de relojería en estos casos.
— Psicópata fanático. Es aquel que tiene unas ideas sobrevaloradas que ejercen una acción tiránica sobre el campo de la conciencia por su permanencia y su gran carga afectiva, de tal manera que muchas veces no sabemos en presencia de quién estamos: si ante un idealista apasionado capaz de sacrificar su vida por sus ideas, ante un fanático de sinrazones sobrevaloradas o ante un paranoico con una vivencia delirante. Este tipo de sujetos, defendiendo lo que entienden por «la verdad», pueden resultar muy peligrosos en cualquier grupo, secta o lógica esotérica.
— Psicópata anético. También denominado psicópata desalmado o psicópata de alma fría. Es un individuo absolutamente asocial; conoce los valores morales, pero no los siente. Difícilmente establece relaciones afectivas, pero ello no implica que, sin pertenecer directamente a un grupo esotérico, no pueda ser partícipe de cualquier tipo de creencia pseudocultista. Llega a cometer sacrificios humanos sin pestañear.
Básicamente, estos serían los cuatro tipos de personalidades psicópatas que podrían resultar potencialmente muy peligrosos introducidos en el mundo esotérico. Otros tipos de psicópatas clasificados por Schneider, como los psicópatas abúlicos, los psicópatas hipertímicos, los psicópatas hábiles, los psicópatas depresivos o los psicópatas obsesivos, podrían igualmente sufrir los efectos nocivos del esoterismo, pero no corren el riesgo de convertirse en asesinos rituales.
Naturalmente, cada individuo es libre de tener las creencias religiosas o esotéricas que considere oportunas, siempre y cuando no atente contra la libertad de otro sujeto de mantener creencias diferentes. Esto es algo totalmente lógico, pero solo es teoría. En la práctica, la principal causa de mortalidad a lo largo de la historia ha sido la religión. Religión que en ningún caso ha sido dictada por Dios, llámese islam, hinduismo, judaísmo o cristianismo, sino por hombres.
Sin caer en los tópicos de las «santas» Cruzadas o la «Santa» Inquisición, en las guerras «santas» han sido millones los asesinatos justificados por creencias religiosas. Remitiré al lector a la amplia bibliografía existente sobre los sacrificios aztecas, los crímenes de los tugs hindúes, los holocaustos indígenas, etc. Y en la actualidad, como hemos visto, las cosas no han cambiado. Solo que ahora se asesina por «quemar karma», por expulsar a un espíritu, por mandato de la Virgen, por una orden telepática o por utilizar la energía psíquica de la víctima.
Lo importante no son las creencias personales de cada individuo, sino el grado de fanatismo con el que las practique.
Todavía hoy, en pleno siglo XXI, fundamentalistas católicos ejecutarían a los blasfemos. Extremistas musulmanes condenan a escritores ateos. Paramilitares protestantes asesinan a otros cristianos… ¿Qué tendrá que ver Dios con esta barbarie hecha en su nombre?
Lo razonable es pensar que todos los crímenes cometidos en el contexto esotérico han sido realizados por personalidades psicopáticas que, de igual forma, podrían haber asesinado por causas políticas, deportivas o cualesquiera otras. Pero la anarquía de conceptos, el sincretismo cultural, la escurridiza flexibilidad de las creencias esotéricas, son campos especialmente fértiles para alentar todo tipo de psicosis. Eso es lo que los convierte en terrenos especialmente peligrosos.
No se trata de que el esoterismo sea intrínsecamente negativo o pernicioso. Pero para una personalidad psicopática sumergida en el abstracto y flexible mundo, el misterio es una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento, y lo mejor es no estar cerca cuando esto ocurra.
Refiriéndose a los psicópatas anéticos, ya en plena Revolución Francesa, Philippe Rined observó determinadas alteraciones en algunos enfermos mentales: «Me causó no poca admiración el ver muchos locos que en ningún tiempo presentaban lesión alguna del entendimiento y que estaban dominados por una especie distinta de furor, como si únicamente estuvieran dañadas las facultades afectivas». Esta observación de Pinel continúa siendo actual. Semejante furor falto de todo afecto se manifiesta de forma brutal en muchos crímenes esotéricos. Los «libros de casos» de cualquier consulta psiquiátrica están repletos de ejemplos, y los archivos policiales también.
La mente humana, ese fantástico enigma, resulta especialmente frágil en el submundo marginal de lo esotérico. Y la patología criminal puede encontrar sobrados argumentos en este contexto para desatar toda su furia. Recomiendo la lectura de la excelente obra Psiquiatría criminal y forense, de José Antonio García Andrade, para una aproximación a este tema.
Desgraciadamente, en la moderna historia de España, los delirios de un apasionado creyente en lo sobrenatural han desembocado en un homicidio en infinidad de ocasiones. Aunque ningún caso es tan estremecedor como el infanticidio de Almansa.