Todos hemos oído hablar de las virtudes del efecto placebo. Existen sobrados estudios clínicos que demuestran que la administración de un supuesto fármaco, terapia o cirugía, que no es tal, puede proporcionar un beneficio al enfermo, que cree que tal terapia es auténtica. Los beneficios de esa «medicina» en el paciente (normalmente, agua azucarada, infusiones, falsas cirugías, etc.) son directamente proporcionales a la capacidad de sugestión del enfermo, desapareciendo cuando se informa al sujeto de que tal terapia no era real.
El efecto placebo ha demostrado empíricamente, y a través de numerosos ensayos clínicos, el poder de la mente sobre la materia, en tanto en algunos casos concretos la simple sugestión del enfermo y su expectativa en los efectos curativos de la «medicina» han contribuido a la mejoría de diferentes enfermedades a nivel bioquímico, fisiológico y cognitivo.
La palabra placebo tiene su origen en la primera persona del singular del futuro de indicativo del verbo latino placere, «complacer». Y de eso se trata.
Complacer al enfermo administrándole un supuesto tratamiento, que en realidad no lo es, y utilizando su capacidad de autosugestión para producir una tranquilidad psicológica que favorecerá el estado de salud del paciente.
De hecho, la historia de la medicina es la historia del placebo, porque desde la China del emperador Huang Ti hasta la farmacopea de Galeno en el siglo XIX, pasando por los médicos sumerios, asirios y babilónicos, el Papiro de Ebers o el corpus hipocrático, los archivos de los historiadores de la medicina están repletos de reseñas a ungüentos, pócimas y remedios antiguos, que hoy sabemos, que no tienen ninguna base farmacológica, y que solo curaban por el poder de la sugestión y la fe que nuestros ancestros tenían en sus médicos, chamanes o hechiceros.
Pero de la misma forma en que nuestra capacidad de autosugestión puede jugar a nuestro favor a través del efecto placebo, también puede conspirar en nuestra contra por medio de su antónimo: el efecto nocebo.
Menos conocido y estudiado que el placebo, se denomina de esta forma al empeoramiento de los síntomas o efectos de una enfermedad a causa de la expectativa que tiene el paciente, de forma consciente o no, de los supuestos efectos negativos de la terapia.
Complacer al enfermo administrándole un supuesto tratamiento, que en realidad no lo es, y utilizando su capacidad de autosugestión para producir una tranquilidad psicológica que favorecerá el estado de salud del paciente.
De hecho, la historia de la medicina es la historia del placebo, porque desde la China del emperador Huang Ti hasta la farmacopea de Galeno en el siglo XIX, pasando por los médicos sumerios, asirios y babilónicos, el Papiro de Ebers o el corpus hipocrático, los archivos de los historiadores de la medicina están repletos de reseñas a ungüentos, pócimas y remedios antiguos, que hoy sabemos, que no tienen ninguna base farmacológica, y que solo curaban por el poder de la sugestión y la fe que nuestros ancestros tenían en sus médicos, chamanes o hechiceros.
Pero de la misma forma en que nuestra capacidad de autosugestión puede jugar a nuestro favor a través del efecto placebo, también puede conspirar en nuestra contra por medio de su antónimo: el efecto nocebo.
Menos conocido y estudiado que el placebo, se denomina de esta forma al empeoramiento de los síntomas o efectos de una enfermedad a causa de la expectativa que tiene el paciente, de forma consciente o no, de los supuestos efectos negativos de la terapia.
Nocebo es un adjetivo, cada vez más utilizado en farmacología, nosología y etiología, que califica las respuestas dañinas e indeseables que manifiesta el enfermo al administrarle un compuesto farmacológicamente inerte. Y que, como en el efecto placebo, depende de la sugestión del sujeto.
Ambos, placebo y nocebo, demuestran cómo la autosugestión puede provocar auténticos cambios físicos en nuestro organismo. Pero también fuera de él.
Partiendo del hecho de que algunas experiencias paranormales pueden ser traumáticas para el sujeto, no es de extrañar que originen cambios de mentalidad. Estos cambios pueden llegar a desembocar en episodios paranoides y en obsesiones persecutorias, o episodios místicos y revelaciones espirituales.
En mi archivo poseo numerosísimos casos investigados personalmente, en los que procesos sugestivos, originados por coincidencias o fenómenos naturales, terminan por obsesionar de tal forma al protagonista como para conducirle al borde de la psicosis. Son los placebos y nocebos del misterio.