Uno de los casos más emblemáticos y preocupantes que he tenido la oportunidad de recoger sobre el terreno se produjo en Roquetas de Mar (Almería), en 1990, cuando un grupo de niños y jóvenes embriagados por su propia creencia religiosa sufrieron un proceso sugestivo (inducido en esta ocasión) que desembocó en exorcismos colectivos.
Los protagonistas, niños de etnia gitana de hasta doce años, miembros de una Iglesia evangélica, habían sufrido una continua sugestión por parte de amigos y familiares, los cuales interpretaban ciertos síntomas de ataques epilépticos o histéricos como una evidencia de posesión.
Encerrados en una nave industrial, eran sometidos a sesiones de exorcismo colectivo dirigidas por un pastor protestante. Con gritos estridentes y elocuentes gesticulaciones, el pastor invocaba al Espíritu Santo e increpaba a los niños para que expulsasen a Satán. Es inconcebible cómo se puede tolerar que un irresponsable grite a niños de doce años que tienen el demonio dentro del cuerpo.
Con seguridad, muchos de esos muchachos sufrirán secuelas psicológicas a partir de esa experiencia. Sin embargo, un agente de policía que por su cuenta intentó acabar con ese disparate, interrumpiendo en la nave y obstaculizando el ritual, fue expedientado por sus superiores, pues el exorcista contaba con el permiso de los padres para realizar los exorcismos.
Me reuní con el jefe de la Policía Local de Roquetas, el sargento Rafael Montoya, en la misma jefatura, y pude consultar todo el expediente policial sobre el caso.
Montoya acababa de salir de la huelga de hambre que protagonizó tras ser detenido por la Guardia Civil, denunciado por los padres de los supuestos poseídos por haber interrumpido el exorcismo de sus hijos.
Evidentemente, no sería justo condenar a un colectivo porque mantenga unas creencias diferentes a las nuestras. Eso atentaría contra el artículo 16 de la Constitución española. Pero ¿realmente es justo que se detenga a un policía que interrumpe esos exorcismos a un grupo de menores, solo porque el exorcista tiene el permiso de sus padres para llevar adelante unos rituales que no harán más que perjudicar a los niños?
En ese caso, como en la mayoría, el problema no es de creencias incompatibles, sino de ignorancia. Y es que la ignorancia ha sido siempre la mejor amiga del diablo.