Durante siglos, esos automatismos motores inconscientes, cuyo origen el operador suele atribuir a espíritus, ángeles, demonios o extraterrestres, se manifestaron a través de diferentes técnicas, como la escritura automática, la radiestesia, el cumberlandismo, la Verónica o las mesas parlantes, anteriormente citadas.
En todas ellas, el o los participantes están en contacto con un objeto o persona, que hace las veces de «amplificador» de esos pequeños movimientos, imperceptibles al ojo humano. Pero a finales del siglo XIX un perspicaz empresario norteamericano se dio cuenta de que esos «juegos» micromusculares, en la época en que nacía en Europa el movimiento espiritista, podían convertirse en un lucrativo negocio. Y así es como nació la ouija tal y como hoy la conocemos.
Los primeros anuncios del juego de la ouija se publicaron en febrero de 1891 en la prensa de Pittsburgh y después en la de Nueva York. Anunciaban un juego maravilloso que prometía «diversión inagotable y recreo para todos», respondiendo a nuestras preguntas «sobre el pasado, presente y futuro con una precisión admirable».
Aquella primera ouija comercializada en Estados Unidos se parecía mucho a las actuales, aunque el tablero, en el que se habían impreso las letras del alfabeto dispuestas en dos semicírculos, acompañadas de los números del cero al nueve y las palabras «sí» y «no», iba acompañado de una planchette, un dispositivo de aspecto triangular en el que uno o varios participantes apoyaban sus manos, y que se desplazaba sobre las letras con gran soltura, componiendo palabras.
Robert Murch, que investiga el origen de la ouija desde 1992, vincula la aparición del juego en Estados Unidos con la historia de las hermanas Fox, que en 1848 revolucionaron a la sociedad norteamericana al afirmar que podían comunicarse con el espíritu de los muertos. Y esa obsesión, explica Murch, que vivió la Norteamérica del siglo XIX, se lo dejó en bandeja a los avispados empresarios que quisieron hacer su agosto. Esos empresarios fueron los de la Novelty Company Kennard.
En 1886, la recién creada agencia de prensa Associated Press informó sobre una nueva moda entre los jóvenes y no tan jóvenes espiritistas de Ohio: el juego de los «tableros que hablan». Unas planchas de madera con letras y números, y un dispositivo de madera que se desplazaba sobre ellas creando palabras.
Fue entonces cuando Charles Kennard reunió a un grupo de otros cuatro inversores para intentar comercializar el «tablero que habla» a gran escala. Ninguno de los componentes de aquella empresa, la Novelty Company Kennard, era espiritista, pero supieron intuir que aquello olía a negocio millonario. Y no fueron los únicos…
Sin embargo, necesitaban un nombre. Algo impactante, directo y pegadizo. En la inmensa mayoría de la bibliografía existente sobre la ouija se afirma que esta palabra es una conjunción de las voces francesa oui (que significa «sí») y alemana ja (que también significa «sí»); sin embargo, en opinión de especialistas como Robert Murch el origen es todavía más pintoresco. E ilustra perfectamente qué es y cómo funciona la ouija… a través del efecto ideomotor.
Cuando la junta de inversores de Novelty Company Kennard se reunió para decidir el nombre del nuevo producto comercial, alguien de los presentes, Helen Peters Nosworthy (hoy conocida como «la madre de la ouija»), cuñada del inversor Elijah Bond, y prometida del también socio Ernest Nosworthy, sugirió la audaz idea de preguntarle directamente al tablero cómo quería llamarse. Al fin y al cabo, estaban buscando nombre para un tablero que supuestamente tenía la capacidad de hablar…
La planchette del tablero señaló las letras «O», «U», «I», «J», «A», y cuando le preguntaron qué significaba esa palabra, respondió, como suele ocurrir en estos casos, con algo fantástico e incomprobable: que significaba «buena suerte» en una lengua que se hablaba en el Antiguo Egipto.
Curiosamente, y como reconoció el mismo Kennard años más tarde, durante esa sesión le llamó la atención un medallón que Helen Peters llevaba al cuello en ese instante. En él se veía la imagen de una mujer y sobre ella la palabra «Ouida».
Se trataba de un colgante con la imagen de la revolucionaria novelista británica Marie Louise Ramé, una activista por los derechos de la mujer, muy famosa a finales del siglo XIX por sus más de cuarenta obras en pro del feminismo y también de los derechos animales. Helen Peters era una gran admiradora de su obra. Y Marie Louise Ramé firmaba todos sus libros con el seudónimo de Ouida…
Me parece elemental que, en aquella sesión, fue Helen Peters la que, consciente o inconscientemente impulsó el efecto ideomotor que empujó la planchette hasta formar la palabra ouija, que no existe en ninguna lengua del Antiguo Egipto, pensando en su admirada Ouida…
Ahora había que patentar el invento…
En realidad, la primera persona que vio el potencial empresarial del emergente espiritismo norteamericano fue el abogado e inventor Elijah Jefferson Bond, quien, tras ver cómo sus compatriotas se volvían locos con la historia de las hermanas Fox y con la posibilidad de contactar con los espíritus, utilizando amplificadores del efecto ideomotor que ya utilizaban los antiguos chinos y griegos, presentó la primera patente de una tabla ouija el 28 de mayo de 1890, que fue concedida y registrada el 10 de febrero de 1891.
Bond cedió a Charles W. Kennard y William H. A. Maup los derechos para comercializar su producto, y así, ese mismo febrero, se comenzaron a vender las primeras tablas ouija en Estados Unidos a través de la Novelty Company Kennard.
Un año después, Kennard abandona la compañía y un joven emprendedor, William Fould, entonces capataz de la firma, ascendió al cargo de supervisor, impulsando la producción de tablas y cambiando el nombre de la empresa a Ouija Novelty Company. Habían descubierto la gallina de los huevos de oro.
Al rebufo de la moda, cada vez más extendida, de contactar con los espíritus, la Ouija Novelty Company vendió millones de «juegos». Pero el dinero suele atraer conflictos. En 1898 William Fould y su hermano Isaac crearon su propia línea de tablas, hasta que en 1901 terminaron peleándose por los golosos beneficios y separándose. Isaac creó su propia línea de juegos espiritistas —Oriol—, mientras que William intentó competir sacando al mercado una ouija más barata: Mystifying Oracle. Pero había mercado para todos. Y otros empresarios patentaron y comercializaron diferentes diseños de ouijas, todos ellos basados en el efecto ideomotor, pero vendidos como herramientas para contactar con el más allá, conocer el pasado o el futuro: «El tablero de la suerte de Egipto», «El tablero hindú de la suerte», etc.
Ganaron millones de dólares. Como ejemplo, baste decir que solo en 1892 la Novelty Company pasó de tener una única fábrica en Baltimore a multiplicar su producción de tableros con dos fábricas en Baltimore, dos en Nueva York, dos en Chicago y una en Londres… El espiritismo había llegado a Europa, compilado y estructurado por el francés Allan Kardec, y el mercado europeo estaba preparado para comprar las tablas de ouija de patente norteamericana.
Durante la Primera Guerra Mundial, y con la muerte paseándose por el Viejo Continente, la venta de tableros de ouija se multiplicó exponencialmente, y los ingresos de sus fabricantes también.
Como apunta Linda Rodríguez McRobbie en un documentado estudio sobre la historia de la ouija publicado por la fundación Smithsonian:
Las tablas de ouija incluso ofrecen inspiración literaria. En 1916, la señora Perla Curran fue noticia cuando comenzó a escribir poemas y cuentos que ella afirmaba fueron dictados, a través de la ouija, por el espíritu de una mujer inglesa del siglo XVII llamada Patience Worth.
Al año siguiente, la amiga de Curran, Emily Grant Hutchings, afirmó que su libro Jap Herron fue dictado a través de la ouija por el difunto Samuel Clemens, mejor conocido como Mark Twain. Curran obtuvo un éxito considerable, Hutchings menos, pero ninguna de ellas ha conseguido las alturas del poeta James Merrill que ganó el Premio Pulitzer en 1982. Su poema épico «La luz cambiante en Sandover», dictado e inspirado por la ouija, también ganó el premio nacional Book Critics Circle.
Como también señala Rodríguez McRobbie en su documentado estudio, «la ouija existía en la periferia de la cultura americana, siempre popular, misteriosa, interesante y por lo general inofensiva, salvo por los pocos casos de asesinatos inspirados en la ouija. Es decir, hasta 1973».
Ese año, el estreno de la película El exorcista (William Friedkin), inspirada en la novela de William Peter Blatty, basada a su vez en un caso real de exorcismo católico, cambió la imagen de la ouija para siempre.
A partir de ese momento se desarrollaron multitud de variantes que van desde la utilización de una planchette en un raíl fijo —frente al que se ha colocado todo el alfabeto en serie— hasta la sofisticada ouija electrónica, o las actuales ciberouijas de Internet.
A lo largo de su historia, la ouija ha llegado varias veces hasta los tribunales de justicia, como ocurrió en Estados Unidos cuando la Baltimore Talking Board Company comercializó la ouija, pretendiendo con ello evadir los impuestos de todo «juego infantil». Al final, el abogado de la Baltimore, junto con el letrado Washington Bowie, perdieron el pleito debido a la sentencia del juez Knapp. Este, siguiendo las sugerencias de los psicólogos, conocedores de los automatismos musculares que mueven la ouija, concluyó que la empresa debía pagar al fisco como si fabricara cualquier otro juego.