Lo que más me interesaba de Olgiy era conocer una dimensión diferente de la religión en Mongolia: los kazajos, que, a diferencia del resto de la población, no son budistas, ni tampoco chamanistas, sino musulmanes. Musulmanes liberales. Así que montamos nuestro campamento a pocos kilómetros de la ciudad y nos dispusimos a pasar unos días con los «hombres-águila».
No hace falta decir que nos convertimos en la mayor atracción del pueblo. Y más yo, que no dejaba de jugar y bromear con los niños, incluso sin entender ni una palabra de lo que decían. Ni siquiera el general podía traducírmelo. Los kazajos no hablan mongol. De hecho sólo conseguimos contactar con uno, Shapy, que lo entendía. Gracias a él y a la hospitalidad de su familia, liderada por el anciano patriarca Banhonga, pudimos conocer mejor a esta minoría étnica.
La familia de Shapy nos abrió las puertas de su ger, mucho más lujoso que los mongoles, y nos agasajaron con todo un festín gastronómico e incluso con un improvisado concierto. Tras hacemos escoger una cabra de su rebaño, la sacrificaron a la manera musulmana, rebanándole el pescuezo de oreja a oreja y recogiendo la sangre en una palangana. Después, con toda naturalidad, comenzaron a despellejarla para luego empezar la cocción. Y mientras las mujeres preparaban la comida, Banhonga, el patriarca, indicaba a sus hijos, nietos y yernos que nos ofrecieran unas canciones. Probablemente estábamos en uno de los pocos rincones del mundo donde todavía se pueden escuchar las notas de instrumentos musicales ya casi desaparecidos, como la flauta sybysep, acompañada de la guitarra dombira. Con esa sublime banda sonora de fondo, conocimos un poco mejor la historia de los kazajos.
Hace doscientos cincuenta años un grupo de pastores kazajos decidió cruzar la cordillera de los montes Altai en busca de mejores pastos para su ganado. Pertenecían a las tribus Ortajuz, Uluzjuz y Kishijuz y profesaban el islam. Encuentran en la provincia de Bayan-Olgiy una tierra fértil y acogedora, y allí se establecen. Ciento sesenta años después, el nacimiento del actual estado mongol y la delimitación de sus fronteras con China y Rusia encajonan a los kazajos en esta región, aislándolos social y culturalmente. Tal vez por eso han mantenido su propia lengua, su propia religión y sus propias costumbres durante tanto tiempo.
En la actualidad hay cuatro mezquitas en Olgiy. No obstante, apenas existen estudios coránicos y la tradición y las normas morales musulmanas son transmitidas de padres a hijos. Por eso el islam de los kazajos en mucho más flexible y liberal que en ningún otro rincón del mundo.
Aun con todo, cuando llega la comida las mujeres son agrupadas en segundo término. Primero el patriarca sirve a los varones. La cabeza de la cabra se considera el manjar más exquisito y nos es ofrecida, en mala hora, a los forasteros. Todos comemos con las manos de los diferentes platos: quesos de todo tipo, pan frito, caldo y yogur de vaca, acompañado del tradicional té con sal, que sabe a rayos. Comemos y charlamos sin prisa, conociendo un poco más la mayor seña de identidad de los kazajos: su alianza con las águilas.
Y es que estas tribus musulmanas practican una particular forma de cetrería. Utilizan sólo águilas hembras, más grandes y agresivas que los machos. Y cazan fundamentalmente con la llegada del invierno, cuando sus aves adelgazan y su instinto se hace más agudo. En esos meses fríos el pelaje de los zorros se hace más largo y oscuro; mejor, en definitiva, para fabricar ropas de abrigo.
Una vez al año, en el mes de octubre, se celebra en Olgiy el Festival de Caza con Águila, que reúne a cetreros de toda la región. Entonces se realizan diferentes competiciones y torneos para calibrar la pericia de los cazadores y de sus amigas aladas. Una alianza tan sorprendente, y a la vez productiva, como la de los imaghens o la de los tsatan.
Después de la comida, y en los días sucesivos, tuvimos el privilegio de conocer a las águilas de Banhonga y las de otros patriarcas de Olgiy. Impresionantes. Resulta difícil describir la sensación cuando te pones el guante de cuero y extiendes el brazo para que una colosal águila dorada se pose sobre él. La experiencia es tan extraordinaria como nadar con los delfines. He experimentado ambas, y ahora entiendo mejor el pacto de los kazajos y los imaghens con sus animales tótem.
Aquellos fueron unos días muy instructivos. Y dejé buenos amigos en Olgiy, como Erhibek Javaljag, un cetrero kazajo de ochenta y nueve años de edad que también conocía los secretos de los yinnas. Aunque en esta región de Mongolia es inevitable que el islam de los kazajos sufra algunas influencias tanto del budismo como del chamanismo. Y más ahora, porque la caída del comunismo soviético ha hecho que todo tipo de sectas y corrientes religiosas prosperen en Asia central. Estaba a punto de encontrarme con un ejemplo único de esa revolución espiritual en medio de la nada.
Y es que estas tribus musulmanas practican una particular forma de cetrería. Utilizan sólo águilas hembras, más grandes y agresivas que los machos. Y cazan fundamentalmente con la llegada del invierno, cuando sus aves adelgazan y su instinto se hace más agudo. En esos meses fríos el pelaje de los zorros se hace más largo y oscuro; mejor, en definitiva, para fabricar ropas de abrigo.
Una vez al año, en el mes de octubre, se celebra en Olgiy el Festival de Caza con Águila, que reúne a cetreros de toda la región. Entonces se realizan diferentes competiciones y torneos para calibrar la pericia de los cazadores y de sus amigas aladas. Una alianza tan sorprendente, y a la vez productiva, como la de los imaghens o la de los tsatan.
Después de la comida, y en los días sucesivos, tuvimos el privilegio de conocer a las águilas de Banhonga y las de otros patriarcas de Olgiy. Impresionantes. Resulta difícil describir la sensación cuando te pones el guante de cuero y extiendes el brazo para que una colosal águila dorada se pose sobre él. La experiencia es tan extraordinaria como nadar con los delfines. He experimentado ambas, y ahora entiendo mejor el pacto de los kazajos y los imaghens con sus animales tótem.
Aquellos fueron unos días muy instructivos. Y dejé buenos amigos en Olgiy, como Erhibek Javaljag, un cetrero kazajo de ochenta y nueve años de edad que también conocía los secretos de los yinnas. Aunque en esta región de Mongolia es inevitable que el islam de los kazajos sufra algunas influencias tanto del budismo como del chamanismo. Y más ahora, porque la caída del comunismo soviético ha hecho que todo tipo de sectas y corrientes religiosas prosperen en Asia central. Estaba a punto de encontrarme con un ejemplo único de esa revolución espiritual en medio de la nada.